lunes, 25 de junio de 2007

15ª Historia Asesina - "Círculo Vicioso"

La vida es un ciclo donde se van sucediendo hechos: amores, odios, rencores, amistades, injusticas, muerte y vida dentro de la misma vida, felicidades y tristezas. Todas van pasando y aunque no lo crean no se repiten las historias, sino que continuan. Este relato que escribí, explica un poco lo que siento.

"Círculo Vicioso"

Se levanta. Se acomoda el pelo ilusamente. Apaga la alarma que lo despertó. Se despereza. Se viste. Sale del cuarto. Va al baño. Orina. Se lava las manos. Se mira al espejo. Piensa que es feo. Piensa que es lindo. No piensa nada. Se lava la cara. Se moja el pelo. Se peina. Se queda disconforme con el peinado. Sale del baño. Va la cocina. Pone la pava y se prepara mate cocido. Le agrega leche. Se lo toma. Mira el reloj. Es tarde. Se pone la campera y la mochila del colegio al hombro. Sale. Abre el portón de la casa. Camina hasta la parada. Espera y desespera por el colectivo. Llega el mismo. Se sube y paga. Se sienta. Mira el paisaje pasar, el mismo de ayer. Llega a su destino. Va al edificio. Entra. Saluda al portero. Se encuentra con sus colegas. Se sienta en su lugar de constumbre. Escribe, suma y resta. Borra, seca y re escribe. Se toma un descanso. Vuelve a su puesto. Sigue con su tarea. Va al baño. Orina. Vuelve a su tarea. Piensa qué va hacer luego. Cruza unas palabras con un compañero. Sigue con sus obligaciones. Hora del almuerzo. Come rápido. Vuelve a su obligación. Se distrae en algo. Termina su obligación. Toma sus cosas. Se retira. Va a la parada. Llega a la casa. Saluda a sus hijos y a su mujer. Llegan sus nietos corriendo y lo abrazan. Cenan todos juntos. Los niños se van a dormir. Él les cuenta un cuento antes. Se duermen. Los arropa. Él se va dormir luego con su mujer. Termina el día. Madrugada. 6 de la mañana. Su nieto se levanta. Se acomoda el pelo ilusamente. Apaga la alarma que lo despertó. Se despereza. Se viste. Va al baño. Orina. Se lava las manos. Se mira al espejo. Piensa que es feo. Piensa que es lindo. No piensa nada. Se lava la cara. Se moja el pelo. Se peina. Se queda disconforme con el peinado. Sale del baño. Va la cocina. Pone la pava y se prepara mate cocido. Le agrega leche. Se lo toma. Mira el reloj. Es tarde. Se pone la campera y la mochila del colegio al hombro...

sábado, 16 de junio de 2007

14ª Historia Asesina - "El Fantasma del Puente"

Este historia choreada es de una persona muy querida por mí. Fue mi profesor de Derecho y de Computación, este año lo es de Economía. Un hombre muy correcto e inteligente, excelente docente y aún mejor escritor. Ha escrito creo que cinco o seis libros. Yo sólo tengo uno, "Cuentos, como la gente" que me encanta. En la dedicatoria me puso:

Félix:
De un escritor a otro gran
escritor, esperando que
alguna vez me firmes un
ejemplar tuyo.
Gracias
Mariano

Esas son las cosas que a uno lo hacen querer seguir. Ojalá pueda ser tan buen escritor como el algún día. Los dejo con la 14ª...

"El Fantasma del Puente" por Mariano Ritterstein

"...Y ahora estoy tirado
y nadie se acuerda de mí,
paso a través de la gente
como el fantasma de Canterville..."
Charly García

Dicen por ahí que las ciudades antiguas están llenas, casi saturadas, de mitos, de entes fantásticos, objetos ilusorios, seres novelescos escapados de obras seudointelectuales de jóvenes autores con demasiada imaginación.
Tambíén suelen contar por ahí, entre los recónditos callejones del horizonte, que las personas que habitan en los campos suburbiales a estas grandes y viejas orbes, piensan que los ciudadanos toman para sí estos mitos hasta hacerlos propios, humanos, creíbles y hasta palpables.
Pero sólo dicen por ahí.

Uno, insertado en pleno siglo XX o XXI, inmerso entre diminutas y flexibles computadoras personales, veloces faxes y agudísimos microtelevisores, no puede andar creyendo en brujas y cosas por el estilo. Por favor...
Hoy en día ya ni los más pequeños niños creen en los Reyes Magos y menos aún en sus tres camellos de caminar cansado.
Ya ni el perro más feroz piensa que su más temible enemigo es el gato, y menos que su mejor amigo es el hombre.
Ya ni las personas creen en las personas...
Pero también dicen por ahí que el fantasma del puente de la estación de trenes de Temperley existe.
Comentan que su aspecto es meramente desagradable. Sostienen los entendidos que al verlo fijo se provoca el mayor y terrible terruño posible. Algunos de los parapsicólogos más afamados, como Fábilo Serpis y Andrés Minungel, afirman con vehemencia que este ente tiene como cinco mil años de apariciones con vida. Varias revistas sensacionalistas escriben amarillas páginas sobre él, argumentando que los sustos fuertes y los sobresaltos cardíacos son su más preciada especialidad.
La gente del pueblo vocífera que su imágen es ruin, llena de vestiduras rasgadas como harapos que posee las mejores suciedades del mercado y hasta algunos animados se atreven a proferir a viva voz, aunque algo espantados, que las ratas conforman sus extremidades superiores.
Otras malas lenguas dicen que el fantasma del puente tiene al mejor de los aliados. Un aliado fiel, inclaudicable: la peste que hoy la llaman enfermedad.
Sin embargo, las versiones más sabrosas, desde el punto de vista literario, las escuché en una tarde de frío en un bar de la Avenida Meeks.
Había humo en el bar y olor a comida también. En una mesa que daba a la vidriera lateral, en diagonal a la ventana principal, cuatro regordetas señoras dialogaban muy acaloradas, discutían, sorbían chocolate muy caliente, charlaban, comían y deglutían churros rellenos con dulce de leche y volvían a dialogar.
Entre las migas excrementales y los tazones vacíos, como sus corpiños en el cuerpo de una delgada modelo de revistas, sostenían con demasiado ímpetu arrollador que el fantasma de la estación tendría una sábana blancuzca sobre su cuerpo, con dos agujeritos que le facilitaría la vista a sus negros ojos endemoniados.
Pero, reiterando conceptos ya vertidos, entre automóviles de variados colores que parecen aviones superveloces, aviones que parecen ágiles aguilas ágiles, hermosas niñas que parecen endiosadas mujeres, y hombres apurados y cansados que parecen rutinarias pero fieles máquinas, uno no puede creer en la existencia de brujas, ni de fantasma ni de Superman. Por dios...
Un día nublado de este siglo me levanté con la pata cambiada. No encontraba el color de zapatos justo para un día gris, aunque en realidad sólo tenía dos pares entre los cuales elegir: uno de ellos era negro. El otro par también. Y a marea cambiada, decidí que ese día iba a ser especial: Debía ser inocente para la concepción "veintisiglera" de la inocencia y me empeciné que este día nuboso era un día ideal para creer.
Volver a creer en viejas brujas, en los fantasmas y en la gente.
Volver a creer entre basura reciclable en libros, economías de hombres antihumanas, magníficas olimpíadas en honor a la televisión.
Una vez escuché por ahí un dicho popular que parafraseaba algo así como: "ojos que no ven, corazón que no siente". Mis zapatos negros y yo querían sentir sin ver, tener corazones sin ojos, pero el orgullo debía probarle a la gente y a mí que el fantasma del puente de la Estación de Temperley, allá en el sur de la provincia de Buenos Aires, existía. Y si no lo lograba, juré vivir tranquilamente en este tiempo y no volver a cometer otra vez ese grave pecado. El octavo pecado capital de creer.
Quería demostrar que era de carne y hueso. O no (Vaya uno a saber de qué están hechos los fantasmas).
Y resuelto a combatir este centenar de años de incredulidad, teléfonos celulares miniaturas y amor por video, fui a buscar a mi fantasma.
Una de estas mañanas me vestí con todo lo que tenía y pese al gélido viento de allá abajo, busqué por la matina y nada hallé, más que un gélido viento sur.
Y rebusqué por la tarde de ese mismo día y no encontré rastro alguno, más que la tierra sedimentaria expulsada por la mañana por un gélido viento sureño.
A la noche el gélido viento austral me golpeaba latigazos potentes en la boca y movía las escasas lamparitas que brindaban la también escasa luminosidad a la alta pasarela. La luz iba y venía. Tres escalones con luz, otros tres peldaños sin ella. Tres con significado, tres con misterio. Oía el viento y no lo veía. Pisaba la escalera y casi no la podía ver. En mí, sabía que el fantasma existía, pero éste no aparecía.
La tenacidad es el arma de quien busca la verdad y a toda costa, con o sin moros, debía probar la existencia del fantasma, que debía coexistir entre relojes acústicos, armas ejemplificadoras y blancas aspirinas Todo-lo-cura.
Y seguí buscando en los confines de la noche y lo encontré.
Al subir veinte o tal vez treinta escalones del puente de la estación, en un parate sin personas, un grito y una aparición me sobresaltaron.
Era tal como lo contaban todas las leyendas. Difícil separar unas de otras al presenciar tal imagen.
Si no me equivoco, y perdonen estimados lectores mi dificultad para narrarlo, su aspecto era desagradable, su vestimenta era una sábana en forma de harapos hecha de suciedad y estaba abruptamente encorvado, como si le pesase la espalda, como gordo que quiere verse los pies.
Pero indudablemente lo que más me sorprendió fue el hecho de que el "fantasma" me hablara:
-No tendría una monedita, por favor.
-...
-Una monedita señor, por el amor de Dios...

Y acerté, nomás.
En el siglo XX, casi XXI, entre casas lujosas de plata, shopping centers y revistas de farándula y alta costura, el fantasma pobreza existe.
Pero parece que en este maldito siglo, ya nadie se interesa por los fantasmas...

1994 - 95

domingo, 10 de junio de 2007

13ª Historia Asesina - "Yo"

Antes de empezar, quisiera pedir ayuda a todos los lectores de este blog... ¿Qué viene después de doceavo? ¿Treceavo o decimotercero? Problemas con los números ordinales....

En fin, esta historia está basada en un hecho real.

"Yo"

Esa mañana me levanté como todas las otras. Todo era normal: mi mamá, mis dos hermanitos y yo.
Desayuné lo de siempre con mis hermanitos. Los tres tenemos la misma edad, somos trillizos. Luego de comer, me fui a jugar con ellos un rato. Después llegaron los chicos y fuimos a jugar con ellos. A veces juegan con nosotros y a veces sólo nos dicen, “salí de acá, che”. Lo comprendo, a veces están muy ocupados.
Después, al mediodía, comimos con mamá. Ella es muy buena con nosotros, nos cuida mucho y nos quiere. Me gusta ir con ella y tirarme en el sillón y dormir con el calor que me brinda ella y mis dos hermanos. Me siento muy cómodo.
Pero nada es para siempre, dice la gente a veces. Ese día no iba a terminar como todos los otros. Uno de los tres chicos llegó con una chica que se acercó a mí esa tarde cuando dormía con mamá y mis dos hermanos. Se sentó junto a nosotros y nos miró fijamente con ternura, cosa que me gustó, porque la chica me pareció linda. Dijo que yo tenía unos ojos muy hermosos.
Mi mamá sólo miraba a los chicos y no decía nada. Por eso es que no me asuste ni me percaté de lo que iba a suceder.
Ésta chica me empezó a dar nombres de todo tipo. En un momento llegué a tener más nombres que aquel prócer que se recuerda el día el 20 de junio. No sé porqué, pero luego sí tenía un mal presentimiento.
Después de un rato de estar ahí conmigo, la chica se fue con el chico a una habitación y se quedaron allí durante un buen rato. Mi curiosidad me levantó y fui a la pieza donde estaban ambos. El chico estaba sentado en una silla y la chica en la cama de la habitación, y ambos charlaban. Pensé que iba sobrar ahí, pero no. Ambos me recibieron con los brazos abiertos. La chica me alzó y me puso en sus brazos, sensación que fue agradable. Luego me cansé de estar ahí y me fui a jugar con mis hermanos.
Estuvimos correteando un buen rato y me divertí mucho. Nunca había imaginado que iba a ser la última vez que los iba a ver a ellos y a mamá, quien luego nos llamó a dormir la siesta.
Los chicos salieron de la habitación unas horas después y se acercaron a donde estábamos. La chica me alzó y me envolvió con una toalla. Yo estaba soñoliento, así que no di mucha importancia a lo que paso después.
Luego me di cuenta que ya no estaba en mí casa. De la manera en que estaba envuelto, sólo podía ver el cielo semi-azul de la tarde. Ya no estaba en mi casa, eso era seguro. “¿Y mi mamá y mis hermanos? ¿Dónde están? ¡Quiero ir con ellos!”, empecé a gritar. Pero nada pasaba.
Lo que pasó después fue una de las cosas que más me estremeció en mi vida. Me metieron en un bolso. Luego, por lo que pude oír, entramos a un lugar que hacía mucho, pero mucho ruido. Y creo, se movía, ese lugar donde estaban sentados los chicos, se movía. Como pude, asomé la cabeza y vi una rápida sucesión de árboles, casas, postes, entre otras cosas, por una de las ventanillas.
Yo seguía gritando y los chicos me decían: “calláte que ya llegamos”.
¿Pero adónde íbamos a llegar? No lo podía imaginar. Por lo menos en ese momento de angustia y miedo.
Noté después que ya no estábamos en el lugar donde había mucho ruido. Los chicos me dejaron asomar la cabeza y miré el exterior. Realmente estaba perdido. De lo único que estaba seguro es que estaba muy lejos de mamá y mis hermanos, así que empecé a gritar de nuevo: “¡Quiero ir con mi mamá! ¡Por favor, ayúdenme! ¡Déjenme ir con ellos!”, pero a pesar del montón de gente que había nadie me hacía caso, a pesar de que mis gritos eran perfectamente audibles.
Estaba resignado. Ya nada tenía sentido para mí. ¿Para qué seguir gritando, si nadie te hace caso?
Cuando todas estas dudas aparecieron, llegamos a una casa grande, muy grande, que no se parecía en nada a la anterior. Entramos y vi a otra chica muy parecida a la que estaba con el chico. Cosa lógica, porque era su hermana.
Por fin el chico, que me llevaba en el bolso todavía, me dejó salir. El entorno era diferente, pero igual de hogareño que el otro en el que vivía con mamá. Cuando me dejaron, vi en una silla sentada a una señora vieja, muy vieja. Mi padre era la persona más adulta que había visto en mi vida, así que me sorprendí cuando vi a la señora. Su cabello no era como el mío, era gris, blanco, negro y amarillo. ¡Era rarísimo! Recuerdo que mi madre, mis hermanos, yo e incluso mi padre, éramos todos blancos, marrones y con ojos celestes. Pero ésta señora era distinta. Y al ser yo distinto, creo que no le agradé. Me trató mal y creo que me quiso lastimar. Por eso, la hermana de la chica regañó a la señora.
Recorrí el lugar. Tenía miedo, pero tenía la esperanza de tal vez encontrar a alguien como yo. Pero nada. No había nada para mí excepto un plato de comida, agua y baño.
El chico se fue y a veces vuelve. Al principio tenía la esperanza de que un día fuera a llegar y que me iba a llevar de vuelta a mi hogar con mamá y mis hermanos, pero no. También llegué a pensar que él traería a mi mamá y mis hermanos de vuelta. Pero tampoco. Como ya dije, nunca más los volví a ver.
A pesar de todo, donde vivo ahora es un lugar bastante agradable donde me quieren mucho. Me pusieron de nombre “Fito”. Yo me refiero a mi mismo como, justamente, “yo”, no me gustan los nombres, pero bueno. La chica y su hermana son muy divertidas y su madre me cuida mucho.
Pero cuando estoy solo, me acuerdo de mamá y mis hermanos. Los extraño mucho. Muchísimo. A veces lloró, pues ni siquiera tuve tiempo de despedirme. Quisiera verlos alguna vez de vuelta, pero la realidad es que tal vez nunca más los vea hasta el fin de mis días.
La señora ya no me trata tan mal como al principio, pero no le sigo agradando. Escuché que me trataba mal porque soy de otra raza llamada siamés (nombre que me parece absurdo, porque soy de Argentina, no de Siam) y la señora no es de la misma raza que yo.
No le agrado… ¡Y simplemente porque soy de una raza de gato diferente a la de ella! No entiendo ni a ella, ni a los humanos, y creo que nunca lo voy a hacer…

Dedicada a Fito, el gatito hijo de Luna, (nuestra querida gata), quien se fue el año pasado a vivir con mi amiga Sabrina. También va dedicado para ella.

martes, 5 de junio de 2007

12ª Historia Asesina - "Debut y despedida"

Esta historia es de un lector frecuente de este blog. Podría decírse, un fan. Nos conocimos gracias a este blog y me dijo que le gustó mucho. Se abrió hacía mí y descubrí a través de esta pantalla de tubo fluorescente una persona que piensa y siente como yo. Me identifico mucho con él y más con este genial relato de su autoría. ¿Su nombre? Pablo Balsano. Muchos saludos para vos, Paul. Los dejo con la doceava...

"Debut y despedida" por Pablo Balsano

Aquella noche ya nada pareció importarle, en realidad ya nada le importaba. La luz le daba de lleno en los ojos, y el cigarrillo en sus labios bramaba candentes vapores en la niebla tiesa y azul, aún así dejaban correr por su rostro desgarbado y malgastado pobres lágrimas, casi nulas de lamento. Sus pasos inseguros tropezaban en aquellos pérfidos y tristes adoquines. Su mente en blanco pareció en un segundo retomar su cordura, pero no, ¿para qué estar cuerdo? Si la cordura solo divaga en la mente de los cuerdos, y esa noche él ya había dejado de serlo. La luna sobre su espalda parecía comprenderlo todo, pero sólo miraba lozana y distante, inmutable.
Acabó el cigarrillo y se deshizo de él, como quién se deshace de un recuerdo hiriente, sólo que esta vez el agua del cordón no logró apagarlo, como el recuerdo de una herida que perdura.
Llegó a la esquina. Nada, nadie, sólo los grillos acompañaban la velada, sus lastimeros sonidos no lograron despertarlo de la pesadilla.
A lo lejos una sombra, tan sólo una sombra, y pensó para sí “yo soy eso, eso es lo que soy, una sombra, tan sólo una sombra de lo que fui, una estela de lo que soy”. Y siguió su camino. Lento, errante en el crepúsculo, como quien busca algo sin hallarlo, como quien busca una salida sin alcanzarla, como quien busca la vida y se encuentra vacío. Así, así se sentía, vacío, vacío por dentro. Su corazón seguía latiendo, tal vez por eso siguió caminando, tal vez por eso sus manos temblaron, sudaron hacía tres horas, cuando había decidido terminar con todo.
Cerró sus ojos. Allí estaban, allí vivían aún las imágenes lejanas de... ¿de otros tiempos, de otros seres de otros mundos? No, tan sólo imágenes de sangre, de la misma sustancia vital que aún corría por sus venas, aunque no le importara, aunque no la sintiera.
Si tan sólo un rayo de aquel Sol de Enero lo tocara... tal vez... tal vez, pero no, ya no volvería a tocarlo, ya no volvería a posarse sobre su cuerpo. Ya estaba todo dicho, su laberinto llamado vida era oscuro. Ya estaba condenado a ver crecer las flores desde abajo, las mismas que alguna vez llego a arrancar con pasión para expresar ese viejo sentimiento del hombre, tan lejano y cercano del odio, el amor, eso que se siente y es imposible de explicar, eso que había perdido ese día en que logro convertirse en animal.
Se miró las manos, y las encontró gastadas, frías, casi azuladas ¿Eran las mismas que habían amado, que habían explorado, que habían invadido y hasta conquistado los secretos más cuidados de su amada? ¿Eran las mismas que se habían convertido en ángel para conocer el paraíso que era el cuerpo y el alma de su dama, de su musa? Sin duda ya no lo eran, habían cambiado, habían transmutado al hacer contacto con un gris metal. El gris metal helado que aún llevaba en su bolsillo y que había logrado en un segundo cambiar su realidad.
Si tan sólo la vida fuese más fácil”, pensó, “no, si fuese fácil todo se volvería un poco más inútil, más sin sentido”. La vida estaba bien siendo como era, tan sólo que a él le tocó sufrir, tal vez más de lo que podía aguantar, y decidió actuar, actuar al segundo, actuar y correr, y vengar, y sacar de sí la ansiedad de actuar y matar, matar para sentirse vivo, aunque parezca irónico.
No lo había soportado, no podía soportarlo más ¿Por qué tenía que perder, por qué tenía que engañarlo, qué derecho le imponía ese deber de humillarlo? No buscó las respuestas, tal vez se debió a que eran demasiadas las preguntas. Llamó a la puerta, miró sus ojos desencajados por el miedo, se arrojó sobre ella como la fiera en que había logrado convertirse y descargó sobre el cuerpo desnudo del engaño cinco impactos mortales. Se puso de pié, besó su frente, escupió sobre su pecho sangrante, cerró la puerta y huyó.
La noche seguía su curso, al igual que él. Dejó de pensar, dejó de hundirse en ideas lozanas, y llegó sin saberlo, inconscientemente al único destino de su vida, logró detenerse, contempló su reloj... doce menos diez, acusaron las agujas, sonrió, miró hacia el frente, se arrodilló bajo las estrellas, cerró su ojos, apretó las muelas posó el caño en su sien y dejó escuchar un temido sonido…
¡Bang!
Las hojas muertas cayeron sobre la acera de aquel primer domingo de otoño y el mundo siguió girando, como otro día más, para todos nosotros.
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Historias Asesinas para Matar el Tiempo by Félix Alejandro Lencinas is licensed under a Creative Commons Atribución-No Comercial 2.5 Argentina License.