lunes, 24 de diciembre de 2007

28ª Historia Asesina - "Amor pasajero"

En un colectivo, cosas lindas pueden pasar

"Amor pasajero"

-Setenta y cinco.
-¿Hasta dónde vas, pibe?
-Hasta Goyena y José Hernández.
-Es un peso...
-¿Un peso? ¡Pero si me cobran setenta y cinco siempre!
-No, pero cambia de sección...
-Uh, bueno, está bien, un peso...
Y colocó la moneda dentro de la ranura correspondiente y recibió a cambio un papelito finito con una mala impresión a consecuencia de la tinta de mala calidad que decía: "1,00". Lo guardó en el bolsillo y miró al contigente de pasajeros dandose cuenta que todos los asientos estaban llenos y había seis personas paradas: un hombre de traje agarrado de pasamanos del techo, una pareja de jovenes amigas hablando, un hombre vestido de obrero recién salido del trabajo, una señora con su nene sentado al lado en un asiento simple y finalmente un joven concentrado en la música que le daba su aparato reproductor de música que uno no podía saber si era un MP3/4, una radio, un celular, o simplemente los tenía para hacer facha.
En seguida buscó lugar por la zona del fondo, cerca del obrero y a espaldas de las jóvenes que charlaban.
El paisaje comenzó a dar su función dejándose ver cambiar constantemente entre árboles, casas, calles y otros vehículos. Tomado del pasamanos comenzó a ver a la gente. Siempre compartía el viaje con el hombre a esa hora, pues parece que su horario de fin de trabajo (o quizás de comienzo) era a esa hora.
Y eso lo llevaba a lo que venía después y siempre esperaba. La pasajera de la calle República. Era como lo que sazonaba ese viaje que en invierno era frío y molesto, y en verano oloroso y pesado.
Nunca supo a dónde iba, ni tampoco de donde venía, sólo era el hecho de verla, de sentarse y compartir un asiento cuando podía. De admirarla, de admirar a un extraño. Un hermoso extraño.
Porque toda su vida había sido así, admirando, mirando, siempre limitándose al dicho, y no al hecho.
La muchacha, de un metro y setenta y picos, morocha y de pelo enrulado subió, inocentemente pidiendo un boleto de un peso. Supuso él que iría hasta la estación de Burzaco, pues con un peso era lo más lejos que se podía llegar y dónde la mayoría de la gente solía ir para tomar el ex (o no ex, uno ya no sabe con tantos líos) Roca. Él iba hasta la casa de un amigo de toda la vida, a tomar mate y jugar al playstation, cosa que hacía siempre.
La muchacha se paró al lado de él, también dándole la espalda a las chicas que charlaban. Timidamente, él se animó a tratar de mirarla. Movió sus ojos hacía ella, sin mover la cabeza y pudo ver su brazo desnudo, pues llevaba una musculosa verde manzana. Estaba recién bañada y peinada, su pelo húmedo y su aroma a shampoo la delataban.
Haciendo como que quería ver hacía sus espaldas, movió la cabeza para ver un poco más de aquel bello espectáculo. Y obviamente miró hacía el otro lado, para disimular que la miraba.
-Permiso -dijo una señora que estaba en el asiento del cual se agarraba el chico.
-Sí, disculpe.
Y el asiento quedó libre. El obrero, a su lado, se había movido para dejar lugar a la señora que bajaba, entonces el asiento quedó libre para él o la muchacha.
-¿Te querés sentar? -se animó a decirle.
Sonriéndole ella lo miró y le dijo:
-Ay, sí, muchas gracias... Tengo unos dolores de pierna que me matan y me vendría bien sentarme, gracias.
-No de nada.
La dejó sentarse. Ahora podría verla mejor. Parecía una obsesión y un baboso mirándola tanto, pero es que necesitaba algo así para distraerse, para distraerse de la vida. Y además sería tonto sentarse, ya estaba cerca la parada.
Entonces se bajó y se quedó con esa imagen en la cabeza. La imagen que lo distrajo de la vida y una de las favoritas de los hombres: la imagen de la belleza de una mujer.

lunes, 17 de diciembre de 2007

27ª Historia Asesina - "Diez mensajes"

Otra escrito nacido de celular (que ocupó 10 SMS), pero más viejo...

"Diez mensajes"

“Besos por celular,
las momias de este amor
piden el actor de lo que fui…”

Spaghetti del Rock – Divididos

Esta historia pasó hace cinco minutos, pero su consecuencia se extendió durante mucho tiempo más.
Un día como cualquiera, un chico común (“Comuncamión”, diría mi abuelo bromeando) se sentó a escribir un cuento corto. “Diez mensajes de texto como mucho”, sería su longitud se dijo el escritor.
E imaginó una historia fantástica en la cual un niño viajaba al espacio. Pero no lo convenció. Luego imaginó una agónica historia de amor entre un hombre y su amor imposible. Pero al joven escritor le pareció muy común.
Y entonces quiso hacer una historia genial, la más grande que en la vida se pudiera imaginar, una historia que trascendiera los años, las civilizaciones, los idiomas. Y en su cabeza giraron nombres, situaciones, personas y lugares. Y la respuesta estaba en su mente y en su corazón.
Pero diez mensajes de texto no serian suficientes, por lo que necesitaría papel y lápiz para escribirla. Pero no tenía.
Y de a poco de su cabeza fue desapareciendo ese mundo creado. Y todo fue a parar a su corazón y allí quedó guardado.
Ahora, el escritor espera que su corazón suelte ese pedazo de imaginación que creo.
Pero sabemos bien que el corazón no es fácil de tratar y que por su culpa a veces echamos a llorar.
Pero si lo comprendemos, seguro dejará salir a esa historia que llevamos dentro. Y cuando eso pase, será ese el momento en el cual la felicidad llegue a nuestra esencia. O al menos eso cree nuestro amigo el escritor.
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Historias Asesinas para Matar el Tiempo by Félix Alejandro Lencinas is licensed under a Creative Commons Atribución-No Comercial 2.5 Argentina License.