domingo, 29 de abril de 2007

9ª Historia Asesina - "El viaje final"

¡Al fin algo de inspiración! Bueno, ja, este no es uno de los cuentos más lindos que escribí pero que me gustó lo suficiente para postearlo aquí, seguro.

Clemente - Por Caloi

Tira publicada el 12 de Abril de 2007 en Clarin

“El viaje final”

Destino: estación Diagonal Norte. Lugar de procedencia: Constitución. Medio de transporte: Subte línea C. Se subió al tren, que estaba repleto para aquellas horas. Perfecto para ella, eso era lo que más disfrutaba, estar entre toda la gente apretujada, y por eso salió con sus hermanas también aquella tarde, sin saber lo que vendría después. Dejó que toda la gente se subiera y maniobrando un poco, se metió luego ella y la siguieron sus hermanas, que después se perdieron por ahí.
Estación San Juan. Una chica rubia y su novio acompañante. Apenas se acercó, fue echada sin asco.
Estación Independencia. Un viejo de barba larga, que ni siquiera se inmutó por su presencia, así que aprovechó y atacó tranquilamente. A esta altura, cabe aclarar que sus hermanas se habían distribuido por el resto de los vagones y no sabía por donde andaban.
Estación Moreno. Un niño chiquito indefenso con su madre fueron atacados y ellos tampoco se dieron cuenta. Un día genial y con mucha suerte.
Avenida de Mayo. Otro viejo, pero este bien vestido. A pesar de haberlo atacado, ella prefería la sangre joven, pues los viejos se podían molestar mucho a veces.
Trayecto hacía Diagonal Norte. Ahí estaba yo. Y ya sabía la que venía así que me preparé. A mí no me estafaría la muy maldita. Ya la conocía y no quería que me tocara siquiera. Me miró con esos ojos llenos de un no sé qué que no pude comprender, y por eso es un “no sé qué”. Era como un duelo entre cowboys de esas películas estadounidenses, lo único que faltaba era la clásica bola de pasto seco rodando por el fondo.
Se acercó a mí y me tocó. Yo la miré compasivamente, pero ella y sus hermanas me tenían muy cansado. Me irritaban demasiado. Quizá ella se querría vengar porque seguramente habría matado a alguna de sus hermanas, y quería vengar su muerte.
Y entonces se acercó.
—¡Tomá, mosquito de mierda! —dije mirando mi mano que contenía los restos de su existencia terrenal y la sangre de las otras personas que había atacado.
Y ese fue el último viaje en tren de la pobre mosquito. Se había acabado su vida terrenal y pasó a mejor vida, eso creo.
Estación Diagonal Norte. Otra batalla de la guerra entre hombres y mosquitos había terminado.

viernes, 27 de abril de 2007

8ª Historia Asesina - "Residuos"

Residuos es un cuento del autor brasileño Luis Fernando Veríssimo y se títula "Lixo" en su versión original. Es la historia de dos personas que descubren muchas cosas revisando solamente la basura...
"Residuos"

Un hombre y una mujer se encuentran en el palier, cada uno con su bolsa de residuos. Es la primera vez que se hablan.
—Buen día.
—Buen día.
—Usted es del 610.
—Y usted es del 612.
—Sí.
—Todavía no lo conocía personalmente.
—Ajá.
—Disculpe mi indiscreción, pero he visto sus bolsas de residuos...
—¿Mis qué?
—Sus residuos.
—Ah.
—Noté que nunca es mucho. Su familia debe ser chica...
—La verdad, soy yo solo.
—Hmmm… Vi también que usa mucha comida en lata.
—Es que tengo que hacerme la comida. Y como no sé cocinar...
—Entiendo.
—Usted también...
—Tratáme de vos.
—Vos también perdoná mi indiscreción, pero vi algunos restos de comida en tus bolsas. Champiñones, cosas por estilo...
—Es que me gusta mucho cocinar. Hacer platos diferentes. Pero como vivo sola, a veces sobra.... —¿Usted... vos no tenés familia?
—Tengo, pero no aquí.
—En Espíritu Santo.
—¿Cómo sabés?
—Vi unos sobres en la basura. De Espíritu Santo.
—Sí. Mamá escribe todas las semanas.
—¿Ella es maestra?
—¡Qué increíble! ¿Cómo fue que adivinaste?
—Por la letra en el sobre. Me pareció letra de maestra.
—Usted no recibe muchas cartas. A juzgar por sus residuos...
—Y... No.
—El otro día tenía un telegrama abollado.
—Sí.
—¿Malas noticias?
—Mi padre. Murió.
—Lo siento mucho.
—Ya estaba muy viejito. Allá en el sur. Hace tiempo que no nos veíamos.
—¿Fue por eso que volviste a fumar?
—¿Cómo sabés?
—De un día para otro empezaron a aparecer en tu basura etiquetas de cigarrillos.
—Es cierto. Pero conseguí dejar otra vez.
—Yo, gracias a Dios, nunca fumé.
—Ya sé. Pero he visto frasquitos de pastillas en tu basura.
—Tranquilizantes. Fue una etapa. Ya pasó.
—¿Te peleaste con tu novio, no es cierto?
—¿Eso también lo descubriste en la basura?
—Primero el ramo de flores con la tarjeta, arrojado afuera. Después muchos pañuelos de papel.
—Si, lloré bastante, pero ya pasó.
—Pero hoy todavía veo unos pañuelitos...
—Es que estoy un poco resfriada.
—Ah.
—Muchas veces veo revistas de palabras cruzadas en tus bolsas.
—Sí..., es que... me quedo mucho en casa. No salgo mucho, sabés.
—¿Novia?
—No.
—Pero hace unos días había una foto de una mujer en tus bolsas. Y muy bonita.
—Estuve limpiando unos cajones. Cosas viejas.
—Pero no rompiste la foto. Eso significa que, en el fondo, querés que ella vuelva.
—¡Vos ya estás analizando mis residuos!
—No puedo negar que me interesaron.
—Qué gracioso. Cuando examiné tus bolsas, pensé que me gustaría conocerte, creo que fue por la poesía.
—¡No! ¿Vos viste mis poemas?
—Los vi y me gustaron mucho.
—¡Pero son malísimos!
—Si realmente creyeras que son malos, los habrías roto. Solamente estaban doblados.
—Si hubiera sabido que los ibas a leer...
—No me los quedé porque, a fin de cuentas, estaría robando. A ver, no sé; ¿lo que alguien tira a la basura, sigue siendo de su propiedad?
—Creo que no. La basura es de dominio público.
—Tenés razón. A través de la basura, lo particular se hace público. Lo que sobra de nuestra vida privada se integra con las sobras de los otros. Es comunitario, es nuestra parte más social. ¿Será así?
—Bueno, ya estás profundizando demasiado en el tema de la basura. Creo que...
—Ayer en tus residuos...
—¿Qué?
—¿Me equivoco o eran cáscaras de camarones?
—Acertaste. Compré unos camarones grandes y los pelé.
—Me encantan los camarones.
—Los pelé pero todavía no los comí. Quizás podríamos...
—¿Cenar juntos?
—Claro.
—No quiero darte trabajo.
—No es ningún trabajo.
—Se te va a ensuciar la cocina.
—No es nada. Enseguida se limpia todo y se tiran los restos.
—¿En tu bolsa o en la mía?

martes, 24 de abril de 2007

7ª Historia Asesina - "El diario a diario"

Ultimamente mi cabeza no anda bien para los cuentos. Quizá tenga que esperar a que la profesora de literatura me de más tarea, je. Igual el blog no sólo consiste en historias mías. Por eso aquí les dejo un cuentito muy corto del gran escritor argento Julio Cortazar.

"El diario a diario"

Un señor toma el tranvía después de comprar el diario y ponérselo bajo el brazo. Media hora más tarde desciende con el mismo diario bajo el mismo brazoPero ya no es el mismo diario, ahora es un montón de hojas impresas que el señor abandona en un banco de plaza.
Apenas queda solo en el banco, el montón de hojas impresas se convierte otra vez en un diario, hasta que una anciana lo encuentra, lo lee, y lo deja convertido en un montón de hojas impresas. Luego se lo lleva a su casa y en el camino lo usa para empaquetar medio kilo de acelgas, que es para lo que sirven los diarios después de estas excitantes metamorfosis.

martes, 17 de abril de 2007

6ª Historia Asesina - "Un cuento de hadas"

"Un cuento de hadas"

Ya nadie se ama, ahora es touch and go.
Ya nadie se compromete, ahora es estoy con tal.
Ya nadie se besa, ahora se transa.
Ya nadie se casa, ahora se convive.
Ya nadie dura hasta que la muerte lo separe, ahora es hasta el
divorcio

Ya nada es igual... Hasta el amor ha cambiado...

Había una vez una bella princesa que estaba encerrada en una torre. Esperando durante años que llegara ese principe que esperaba con ansías.
Pero este se demoraba y nunca llegaba. Por las noches imaginaba como él llegaría en su corcel blanco, rompería todas las barreras para llegar a ella y se la llevaría para llevarla a vivir a un mejor lugar en el mundo.
Pero él no llegaba. Esperaba y esperaba. Por las mañanas, cosía y bordaba y en las noches cantaba bajo la luz de la luna, con su voz bella y pura. Repetía aquellas canciones que había aprendido desde pequeña, cuando era libre aún.
Y él no llegaba... ¿Por qué? ¿Acaso se habría demorado? ¿Dónde estaba? ¿Habría caído en la batalla? ¿Habría sido atacado por un dragón gigante?Y después de esperar tantos días, llegó por fin. En su caballo blanco, con la armadura algo oxidada, su espada rota y sin su yelmo.
Pero con voluntad llegó hasta donde ella lo esperaba.
-¡Mi salvador! ¡Has venido a rescatarme!
-¿A rescatarte? Pero si aquí podríamos vivir bien.
-¿Cómo?
-Mira, tenemos vista a todo el bosque, podremos controlar todo desde aquí.
-¿Pero no nos casaremos?
-¿Para qué? Mientras que nos amemos, Dios nos aceptará.
-¿Acaso no quieres ser Rey?
-¿Para qué? En este sistema feudal, nadie reconoce verdaderamente a los reyes.
Pero a pesar de eso, el príncipe seguía siendo el más hermoso de todos. A pesar de todo y desilusionarse al principio, la bella princesa acató las órdenes de su príncipe azul.
Y luego de tener un hijo con ella y de excusarse de mil maneras, el príncipe se fue, pero a rescatar a otras princesas cautivas. Ella nunca más lo vio.
Y así terminó este cuento de hadas moderno. Corto y conciso, como las relaciones de nuestro mundo actual. ¿Para qué casarse, si ya no es lo importante? ¿Para que aspirar a más, si nadie lo nota? ¿Para que amarse, si ya no es lo esencial? ¿Para qué quiero amor, si tengo todo lo demás?

miércoles, 11 de abril de 2007

5ª Historia Asesina - "¿Quién tiene la razón?"

"¿Quién tiene la razón?"

"Estaría en sexto o séptimo grado cuando, caminando por allí con mi amor no correspondido, comenzó a caer una suave garúa y a levantarse un viento proveniente del sur. Era septiembre o octubre por la tarde y le ofrecí mi campera verde brillante, que ella aceptó sonriendo levemente. En ese entonces, tomé su sonrisa como la conquista del Imperio Romano de Occidente y por ese momento pensé que Gardel era un poroto al lado mío. Ella era para mí lo sano, lo cristalino. Era todo hermosura y era todo lo que siempre
buscaba.
Hoy mismo la recuerdo así. Mezcla de inmaculada, hermosura y divinidad. Si bien nunca más caminamos juntos y Clarisa nunca me devolvió la
campera, pensé que había ganado por goleada y de visitante"

Fragmento de "Eran las seis de la mañana", de Mariano Ritterstein en
"Cuentos, como la gente"


Caminaba muy pasivamente bajo la lluvia. Era finita, apenas si mojaba sus cabellos, y sin embargo su mamá le había advertido de que llevara un paraguas. Pero no, el era terco y no le haría caso, pues odiaba llevar el maldito paraguas. Además no iba a llover, según sus propios fundamentos de adolescente que siempre cree tener la razón. Y si lloviera, ¿qué le iban a hacer unas gotitas de morondanga?
Y así nomás se fue y por eso ahora caminaba bajo el rocío mañanero. Llevaba su uniforme verde y gris que siempre llevaba, con el escudito que decía: "Colegio Juan Manuel de Rosas". Y bueh, parece que ahora cualquiera que aparezca en un billete puede tener su colegio.
Y llegó nomás al colegio, como siempre. Primera hora: Derechos Humanos y Ciudadanía (esas horas eran para él como un tortura que quebraba dichos derechos); segunda hora: Física (ese profesor es un capo, no nos da casi nada de tarea; tercera y cuarta hora: matemáticas (más aburrimiento) y quinta hora: Inglés (aburrimiento, pero en otro idioma ininteligible para él).
Luego del día escolar, salió hasta la parada del colectivo a esperar el ansiado transporte que lo devolvería sano y salvo a su casa. Y allí fue donde la vio: tan hermosa y bella como siempre, la chica del otro colegio de ahí a la vuelta. Una chica menudita, pero con una cara angelical, de la cual el se había enamorado hace rato, desde que la vio por primera vez. Y el otro detalle era que viajaban juntos en el colectivo, motivo por el cual viajaba estupidizado y perdido en ese bello rostro.
Nunca había antes conseguido cruzar una palabra, a excepción del día en que ella sacó el boleto antes que él y olvidó tomar el vuelto que le había entregado la máquina expendedora. Él, con mucha caballerosidad, fue a entregarle la monedita de diez centavos y ella agradeció con una sonrisa que él nunca olvido.
Mientras estaba perdido en ese recuerdo, un baldazo de agua fría lo volvió a la realidad. Bueno, para ser sincero, fueron un par de gotitas que empezaron a caer desde el cielo. Estaba lloviendo, en contra de todos esos pronosticos que él, meteorologo no profesional, había hecho.
Y empezó a garuar, pero luego se convirtieron esas gotitas en ráfagas frías e intensas de agua.
Y luego la vio abrazarse a sí misma, por el frío. Su frágil doncella estaba siendo golpeada por esas maliciosas gotas de agua fría. ¿Pero que podía hacer él para ayudarla?
No tuvo tiempo para pensar en eso, pues a otro chico se le ocurrió abrir su paraguas verde opaco para resguardarla. Ella le regaló una sonrisa como la que le había dado a él, pero no era para él.
Ella subió junto con ese chico del paraguas al colectivo y se sentaron juntos. Y él los miró charlar por unos momentos, pero luego no pudo más y no los quiso ver más.
Qué estúpido (pensó), si hubiera traído el paraguas...
Y llegó a su casa, dejando a la chica y al idiota del paraguas en el transporte. Y encima, en el camino a casa se empapó completamente.
Al verlo llegar su madre le dijo:
-¿Viste? Te dije que llevaras el paraguas, tonto.
Él la miró furioso, pero sabía que ella tenía razón. Si hubiera llevado el paraguas, la historia sería otra (quizá como la del epígrafe que leyó, pero que a la que nunca prestó atención).
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Historias Asesinas para Matar el Tiempo by Félix Alejandro Lencinas is licensed under a Creative Commons Atribución-No Comercial 2.5 Argentina License.