jueves, 29 de noviembre de 2007

26ª Historia Asesina - "De agua y de pulpa"

Gracias a algo que confirmé hoy, pude terminar este cuento que tenía empezado hace rato.

"De agua y pulpa"

Las frutas se habían congregado en un congreso especial, por el problema que más les preocupaba: el avance de los jugos con saborizantes artificiales concentrados, en los cuales las frutas ya no participaban.
La gran Sandía gritaba a lo loco, imponiendo su gran volumen e intimidando al resto.
Sin embargo, el ananá no se dejaba intimidar y daba su ríspida opinión.
-¡Tenemos que acabar con este problema! ¡Pero las semilllosas como tú, sandia, no ayudan en nada! -gritaba agitada.
Las frutillas, chiquitas, pero númerosas, también daban sus grititos cual miles de insectos que se ponen cerca de las flores que empiezan a brotar en la primavera. Y presionaban también a los demás.
Las naranjas intentaban hacerse notar con su color. Las bananas con su altura. Las uvas se peleaban en multitud contra las frutillas. Los pomelos, amargados, no cedían a ninguna postura y decían que no había nada que hacer, más que resignarse, porque con eso y las frutas transgénicas, el panorama empeoraba.
Los duraznos, con su suave piel, pero duro carozo eran incisivos en sus opiniones.
-Tenemos que impedir que jueguen con nuestros genes. Estas discusiones no llevan a nada, nos parece.
-Ah, perdón hablo el señor coherencia -decía el ácido limón, que más agredía que opinar en algo útil...
Las mandarinas, divididas en sus gajos no lograban llegar a un quórum ni entre ellas mismas.
Los quinotos, por su parte, se golpeaban y se rompían entre ellos y otras frutas. Hasta que se la agarraron con el pomelo.
-¿Qué te pasa, amargado de mierda? -le gritaron.
Obviamente que, irascible como pocos, el pomelo respondió. Las frutillas saltaron a favor de los quinotos, y entonces el limón se puso del lado de su compañero cítrico y fue seguido por las mandarinas y las naranjas.
Las guindas entonces tomaron de abusivos a los cítricos y se unieron a las frutillas y los quinotos, ahora también acompañados por moras y mísperos.
Y se armó una gran ensalada de frutas.
Algunas, como la banana, se mantuvieron al margen. Temía ser aplastada. La manzana también se echó a un lado. Si se llegaba a rallar, sería para peor.
Y discutieron, y hasta se agredieron fisicamente algunas.
Entonces, llegó, algo tarde, la última fruta del congreso: el melón. De repente, todos se callaron y se le quedaron mirando. Era una fruta más chica que la sandía, pero sin embargo, era muy respetada por ser la más sabia (bueno y "savia" también) de todas. No por nada en algunos países, a la cabeza del humano se le dice "melón".
-¿No les da vergüenza? -dijo solemne e inmediatamente todos agacharon cabezas- Frutas maduras por Dios... ¿No se dan cuenta que se pelean por tonterías?
-¡Pero esos quinotos molestos fueron los que empezaron! -dijo muy molesto el pomelo.
-¡Eso no tiene nada que ver! Somos frutas, vinimos a discutir sobre un problema que nos concierne a todas.
-No se va a poder con tantas diferencias entre nosotros, señor -dijo la banana.
-No sé.
-¿Qué no sabe?
-No sé si somos tan distintas, amigas frutas.
-¿Por qué lo dice? -inquirió la banana.
-Piénselo un poco todos. ¿De qué estamos cubiertos todos?
-Cáscara -murmuraron entre todas.
-Exacto. ¿Y de dónde nacemos?
-Semillas -volvieron a murmurar todas.
-¿De qué estamos compuestas?
-Agua -murmuraron nuevamente a coro.
-¿Y qué tenemos?
-Pulpa -sentenciaron.
-¿Lo ven? ¡Ahí lo tienen! Todas estamos cubierta de distintas cáscaras, algunas más rugosas que otras, otras más finas o más gruesas. Nuestras semillas pueden ser pequeñas o grandes carozos. Pero todas tenemos agua corriendo dentro nuestro y pulpa. Todas estamos hechas de agua y pulpa. Nuestras diferencias serán por fuera, por nuestras cáscaras, semillas o tamaño. Pero todas tenemos agua y pulpa. Eso es lo que importa, eso es lo que tenemos que saber.
Avergonzadas de su actitud infantil, todas empezaron a pedir disculpas y comprendieron que las diferencias entre ellas no eran tan grandes. Y entonces comenzó final y oficialmente el II Congreso de Frutas para todos.

Al final... ¿no somos todos como frutas?

domingo, 25 de noviembre de 2007

25ª Historia Asesina - "Balada de la primera novia"

Les dejo, para no dejar tan colgado el blog, una linda historia con sabor tanguero de Alejandro Dolina.

"Balada de la Primera Novia" por Alejandro Dolina

El poeta Jorge Allen tuvo su primera novia a la edad de doce años. Guarden las personas mayores sus sonrisas condescendientes. Porque en la vida de un hombre hay pocas cosas mas serias que su amor inaugural.
Por cierto, los mercaderes, los Refutadores de Leyendas y los aplicadores de inyecciones parecen opinar en forma diferente y resaltan en sus discursos la importancia del automóvil, la higiene, las tarjetas de crédito y las comunicaciones instantáneas. El pensamiento de estas gentes no debe preocuparnos. Después de todo han venido al mundo con propósitos tan diferentes de los nuestros, que casi es imposible que nos molesten.
Ocupémonos de la novia de Allen. Su nombre se ha perdido para nosotros, no lejos de Patricia o Pamela. Fue tal vez morocha y linda.
El poeta niño la quiso con gravedad y temor. No tenía entonces el cínico aplomo que da el demasiado trato con las mujeres. Tampoco tenía -ni tuvo nunca—la audacia guaranga de los papanatas.
Las manifestaciones visibles de aquel romance fueron modestas. Allen creía recordar una mano tierna sobre su mentón, una blanca vecindad frente a un libro de lectura y una frase, tan solo una: "Me gustás vos." En algún recreo perdió su amor y más tarde su rastro.
Después de una triste fiestita de fin de curso, ya no volvió a verla ni a tener noticias de ella.
Sin embargo siguió queriéndola a lo largo de sus años. Jorge Allen se hizo hombre y vivió formidables gestas amorosas. Pero jamás dejó de llorar por la morocha ausente.
La noche en que cumplía treinta y tres años, el poeta supo que había llegado el momento de ir a buscarla.
Aquí conviene decir que la aventura de la Primera Novia es un mito que aparece en muchísimos relatos del barrio de Flores. Los racionalistas y los psicólogos tejen previsibles metáforas y alegorías resobadas. De ellas surge un estado de incredulidad que no es el más recomendable para emocionarse por un amor perdido.
A falta de mejor ocurrencia, Allen merodeó la antigua casa de la muchacha, en un barrio donde nadie la recordaba. Después consultó la guía telefónica y los padrones electorales. Miró fijamente a las mujeres de su edad y también a las niñas de doce años. Pero no sucedió nada.
Entonces pidió socorro a sus amigos, los Hombres Sensibles de Flores. Por suerte, estos espíritus tan proclives al macaneo metafísico tenían una noción sonante y contante de la ayuda.
Jamás alcanzaron a comprender a quienes sostienen que escuchar las ajenas lamentaciones es ya un servicio abnegado. Nada de apoyos morales ni palabras de aliento. Llegado el caso, los muchachos del Angel Gris actuaban directamente sobre la circunstancia adversa: convencían a mujeres tercas, amenazaban a los tramposos, revocaban injusticias, luchaban contra el mal, detenían el tiempo, abolían la muerte.
Así, ahorrándose inútiles consejos, con el mayor entusiasmo buscaron junto al poeta a la Primera Novia.
El caso no era fácil. Allen no poseía ningún dato prometedor. Y para colmo anunció un hecho inquietante:
—Ella fue mi primera novia, pero no estoy seguro de haber sido su primer novio.
—Esto complica las cosas -dijo Manuel Mandeb, el polígrafo-. Las mujeres recuerdan al primer novio, pero difícilmente al tercero o al quinto.
El músico Ives Castagnino declaró que para una mujer de verdad, todos los novios son el primero, especialmente cuando tienen carácter fuerte. Resueltas las objeciones leguleyas, los amigos resolvieron visitar a Celia, la vieja bruja de la calle Gavilán. En realidad, Allen debió ser llevado a la rastra, pues era hombre temeroso de los hechizos.
—Usted tiene una gran pena -gritó la adivina apenas lo vio.
—Ya lo sé señora... dígame algo que yo no sepa...
—Tendrá grandes dificultades en el futuro...
—También lo sé...
—Le espera una gran desgracia...
—Como a todos, señora...
—Tal vez viaje...
—O tal vez no...
—Una mujer lo espera...
—Ahí me va gustando... ¿Dónde está esa mujer?
—Lejos, muy lejos... En el patio de un colegio. Un patio de baldosas grises.
—Siga... con eso no me alcanza.
—Veo un hombre que canta lo que otros le mandan cantar. Ese hombre sabe algo... Veo también una casa humilde con pilares rosados.
—¿Qué más?
—Nada más... Cuanto más yo le diga, menos podrá usted encontrarla. Váyase. Pero antes pague.
Los meses que siguieron fueron infructuosos. Algunas mujeres de la barriada se enteraron de la búsqueda y fingieron ser la Primera Novia para seducir al poeta. En ocasiones Mandeb, Castagnino y el ruso Salzman simularon ser Allen para abusar de las novias falsas.
Los viejos compañeros del colegio no tardaron en presentarse a reclamar evocaciones. Uno de ellos hizo una revelación brutal.
—La chica se llamaba Gómez. Fue mi Primera Novia
—¡Mentira! -gritó Allen.
—¿Por qué no? Pudo haber sido la Primera Novia de muchos.
Entre todos lo echaron a patadas.
Una tarde se presentó una rubia estupenda de ojos enormes y esforzados breteles. Resultó ser el segundo amor del poeta. Algunas semanas después apareció la sexta novia y luego la cuarta. Se supo entonces que Jorge Allen solía ocultar su pasado amoroso a todas las mujeres, de modo que cada una de ellas creía iniciar la serie.
A fines de ese año, Manuel Mandeb concibió con astucia la idea de organizar una fiesta de ex-alumnos de la escuela del poeta.
Hablaron con las autoridades, cursaron invitaciones, publicaron gacetillas en las revistas y en los diarios, pegaron carteles y compraron masas y canapés.
La reunión no estuvo mal. Hubo discursos, lágrimas, brindis y algún reencuentro emocionante. Pero la chica de apellido Gómez no concurrió.
Sin embargo, los Hombres Sensibles -que estaban allí en calidad de colados—no perdieron el tiempo y trataron de obtener datos entre los presentes.
El poeta conversó con Inés, compañera de banco de la morocha ausente.
—Gómez, claro -dijo la chica-. Estaba loca por Ferrari.
Allen no pudo soportarlo.
—Estaba loca por mí.
—No, no... Bueno, eran cosas de chicos.
Cosas de chicos. Nada menos. Amores sin cálculo, rencores sin piedad, traiciones sin remordimiento.
El petiso Cáceres declaró haberla visto una vez en Paso del Rey. Y alguien se la había cruzado en el tren que iba a Moreno.
Nada más.
Los muchachos del Angel Gris fueron olvidando el asunto. Pero Allen no se resignaba. Inútilmente buscó en sus cajones algún papel subrepticio, alguna anotación reveladora. Encontró la foto oficial de sexto grado. Se descubrió a sí mismo con una sonrisa de zonzo. La morochita estaba lejos, en los arrabales de la imagen, ajena a cualquier drama.
—¡Ay, si supieras que te he llorado....! Si supieras que me gustaría mostrarte mi hombría... Si supieras todo lo que aprendí desde aquel tiempo...
Una noche de verano, el poeta se aburría con Manuel Mandeb en una churrasquería de Caseros. Un payador mediocre complacía los pedidos de la gente.
—Al de la mesa del fondo le canto sinceramente...
De pronto Allen tuvo una inspiración.
—Ese hombre canta lo que otros le mandan cantar.
—Es el destino de los payadores de churrasquería.
—Celia, la adivina, dijo que un hombre así conocía a mi novia...
Mandeb copó la banca.
—Acérquese, amigo.
El payador se sentó en la mesa y aceptó una cerveza. Después de algunos vagos comentarios artísticos, el polígrafo fue al asunto.
—Se me hace que usted conoce a una amiga nuestra. Se apellida Gómez, y creo que vivía por Paso del Rey.
—Yo soy Gómez -dijo el cantor-. Y por esos barrios tengo una prima.
Después pulsó la guitarra, se levantó y abandonando la mesa se largó con una décima.
Acá este amable señor
conoce una prima mía
que según creo vivía
en la calle Tronador.
Vaya mi canto mejor
con toda mi alma de artista
tal vez mi verso resista
pa' saludar a esta gente
y a mi prima, la del puente
sobre el Río Reconquista.

Durante los siguientes días los Hombres Sensibles de Flores recorrieron Paso del Rey en las vecindades del río Reconquista, buscando la calle Tronador y una casa humilde con pilares rosados. Una tarde fueron atacados por unos lugareños levantiscos y dos noches después cayeron presos por sospechosos. Para facilitarse la investigación decían vender sábanas. Salzman y Mandeb levantaron docenas de pedidos.
Finalmente, la tarde que Jorge Allen cumplía treinta y cuatro años, el poeta y Mandeb descubrieron la casa.
—Es aquí. Aquí están los pilares rosados.
Mandeb era un hombre demasiado agudo como para tener esperanzas.
—No me parece. Vámonos.
Pero Allen tocó el timbre. Su amigo permaneció cerca del cordón de la vereda.
—Aquí no es, rajemos.
Nuevo timbrazo. Al rato salió una mujer gorda, morochita, vencida, avejentada. Un gesto forastero le habitaba el entrecejo. La boca se le estaba haciendo cruel. Los años son pesados para algunas personas.
—Buenas tardes -dijo la voz que alguna vez había alegrado un patio de baldosas grises.
Pero no era suficiente. Ya la mujer estaba más cerca del desengaño que de la promesa.
Y allí, a su frente, Jorge Allen, más niño que nunca, mirando por encima del hombro de la Primera Novia, esperaba un milagro que no se producía.
—Busco a una compañera de colegio -dijo-. Soy Allen, sexto grado B, turno mañana. La chica se llamaba Gómez.
La mujer abrió los ojos y una niña de doce años sonrió dentro suyo. Se adelantó un paso y comenzó una risa amistosa con interjecciones evocativas. Rápido como el refucilo, en uno de los procedimientos más felices de su vida, Mandeb se adelantó.
—Nos han dicho que vive por aquí... Yo soy Manuel Mandeb, mucho gusto.
Y apretó la mano de la mujer con toda la fuerza de su alma, mientras le clavaba una mirada de súplica, de inteligencia o quizás de amenaza.
Tal vez inspirada por los ángeles que siempre cuidan a los chicos, ella comprendió.
—Encantada -murmuró-. Pero lamento no conocer a esa persona. Le habrán informado mal.
—Por un momento pensé que era usted -respiró Allen-. Le ruego que nos disculpe.
—Vamos -sonrió Mandeb-. La señora bien pudo haber sido tu alumna, viejo sinvergüenza...
Los dos amigos se fueron en silencio.
Esa noche Mandeb volvió solo a la casa de los pilares rosados. Ya frente a la mujer morocha le dijo:
—Quiero agradecerle lo que ha hecho....
—Lo siento mucho... No he tenido suerte, estoy avergonzada, míreme....
—No se aflija. El la seguirá buscando eternamente.
Y ella contestó, tal vez llorando:
—Yo también.
—Algún día todos nos encontraremos. Buenas noches, señora.
Las aventuras verdaderamente grandes son aquellas que mejoran el alma de quien las vive. En ese único sentido es indispensable buscar a la Primera Novia. El hombre sabio deberá cuidar -eso sí—el detenerse a tiempo, antes de encontrarla.
El camino está lleno de hondas y entrañables tristezas. Jorge Allen siguió recorriéndolo hasta que él mismo se perdió en los barrios hostiles junto con todos los Hombres Sensibles.
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Historias Asesinas para Matar el Tiempo by Félix Alejandro Lencinas is licensed under a Creative Commons Atribución-No Comercial 2.5 Argentina License.