domingo, 24 de febrero de 2008

33ª Historia Asesina - "La transformación"

Estoy loco, soy un pervertido, también hago plagio y muchas cosas más que constatarán con este cuento...

Y la cáscara mascara, tapa la cara
Que ríe y que llora, y que te mintió.
Y la chica que pasa, te deja su olor
En el pecho caliente, como una flor.

Eduardo Schmidt


"La transformación"


Un día más en su vida. Otra chica más en su cama que despertaba semidesnuda, y lo de semi seguro que era por las sábanas que la cubrían.
Había sido una noche candente, con mucho sexo desenfrenado, muy caliente. Hubo mucha piel desde el primer momento, allá en el boliche. El punto máximo fue cuando en el roce del baile al ritmo de la música proveniente de Puerto Rico o Panamá, aún se discute su origen, sus cuerpos se pegaron y danzaron juntos como uno sólo. En ese momento se dio cuenta que esa noche nuevamente tendría compañía en la cama.
Y esa mañana, ya sin los efectos de las bebidas alcoholicas, aunque quizás con algunas secuelas de la resaca, miró a quien estaba en la cama.
No lo podía creer.
Miró de vuelta.
Y no lo podía creer.
Era imposible.
Pero sus ojos no mentían, para nada.
Quizás la luces o el alcohol lo confundieron. Claro, entre todo ese jolgorio uno realmente no puede ver bien las cosas. Además, tenía un poco de miopía, tenía que usar anteojos, pero se negaba porque no iba a su estilo. Pero de adolescente la doctora le había dicho bromeando: "tenés que usarlos siempre... Yo me llevé cada chasco en mi juventud por no usarlos". Entonces tan en joda no lo dijo.
¿Y ahora que iba a hacer? ¿Eh? ¿Qué iba a hacer? ¿Qué le iba a decir?
¿Cómo pudo ser capaz de coger con...? ¡No! ¡No puede ser! ¿Cómo pudo? ¿Me podés decir?
De repente se asustó más. Mirá si entre el pedo que tuvo no usó forro. ¡Mirá si no usó forro! Desesperado, pero sigilosamente, se levantó de la cama para no despertar a su concomitante. Abrió el cajón, pero no estaba la cajita de los Prime. No, pero la había tirado antes de salir, total para tener uno sólo y cajita al pedo. Claro, tenía que comprar una en el camino. ¡Pero mirá si no compró! Buscó en el cuarto algún rastro de algo. Pero nada.
Fue al baño, miró en el inodoro, y nada. Se sentó y aprovechó para orinar un poco porque tenía ganas. Suspiró, medio asustado. Quizás había tirado la cadena. Pero bueno, no quedaba otra que cuando se levantara, preguntar.
¡La puta madre! ¡Mirá si se agarraba alguna enfermedad! Y siempre había sido cuidadoso con eso, muy cuidadoso. Siempre se cuidó, siempre. ¡Pero mirá si se agarraba algún SIDA o uno de esas cosas por... por...! ¡Por cogerse a un tipo!
Fue a la cocina y se preparó un café, para tratar de calmarse un poco. Y de repente, en una de esas del destino se miró. Se miró en el reflejo del vidrio de la alacena. Y corrió al baño, a mirarse al espejo. Antes, en la apurada no se había visto mucho. Pero ahora prestó mucha atención.
Su pelo, era largo, muy largo, hasta la mitad de la espalda le llegaba. Sus dedos eran finos y tenía las uñas largas. Su cara era más chica. Y hasta se sintió más petiso. Miró hacia abajo.
Y no lo podía creer otra vez.
Eran dos.
¡Dos!
Bueh, era lo lógico.
Pero eran grandes.
Bastante.
Y se sacó después la ropa interior.
Casi se muere del susto.
No había nada.
Bueno, en realidad si había algo.
Pero no lo que estaba siempre ahí, había un... hueco.
¡Tenía tetas, tenía culo, tenía... tenía...! ¡Tenía concha! ¡La concha suya! ¡Tenía concha!
En ese momento, escuchó que su compañero de cama se levantó y se acercó. Y abrió la puerta del baño.
-Hola, hermosa -le dijo- ¿Cómo estás?
Y así era. De alguna manera que no entendía, era ya toda una mujercita.

jueves, 21 de febrero de 2008

32ª Historia Asesina - "Dante y la Mujer de sus sueños"

Fragmento de una novela que se encuentra en desarrollo.

"Dante y la Mujer de sus sueños"

A la mañana siguiente, Dante se levantó bien temprano. Aunque no tanto, Fausto ya estaba levantado, concentrado en sus labores diarias, cociendo el pan que comerían todos más tarde.
Fue hasta la orilla del río Ignaset. El agua estaba clara, por las lluvias recientes, y reflejaba con mucha fuerza la luz del sol mañanero. Se sentó al pie del árbol y lo contempló. Luego se acercó y bebió un poco del agua pura que emanaba de la cuenca, y después se mojó un poco la cara. Volvió a sentarse.
Esta vez no trajo la espada consigo. Ni siquiera la armadura. Se sentía raro sin ellos, luego de haber viajado tanto y con tantos peligros alrededor. Sin embargo, se sentía protegido ahí.
"Es una especie de falta de respeto llevar un arma sólo para defensa", le había dicho Lucelia unos días antes, "pues aquí nadie va a lastimarte. Es una especie de desconfíanza hacia el resto". Quizás por eso no llevaba sus atavios de siempre.
Miró una vez más al río. Recordó que una vez más soño con su mujer, la de sus sueños. Ya a esta altura era suya, aunque no fuese real. Esa noche la había soñado acercándose a él, mientras el dormía, a la cama y se acostaba con él y dormían ambos abrazados. Luego él abría los ojos y la besaba y luego se dormían una vez más, diciéndose cosas lindas bajo las sábanas.

"No puede ser esto", pensó, "no puedo estar enamorado de alguien que no conozco". Pero así lo era. Amaba a alguien que nunca en su vida había visto. Conocía a muchas mujeres, Lucrecia, Nadira, Lucelia, pero en ninguna de ellas que vio tenía algo que pudiera decir: "se parece a ella". La mujer de su sueño era única.
En todo ese tiempo habían cruzado algunas palabras y sólo en sueños. Apenas conocía la silueta de ella, esa imagen que le daba la pantalla de su sueño. Pero quién sabía si lo que veía era lo real, si esa mujer que veía era real. Era como conocer a alguien a la distancia, como si sólo se envíaran pequeños mensajes entre sí cada tanto. Pero no había contacto real, no había contacto humano.
Pero la amaba. No le importaba lo que dijera Lucelia o cualquier otra persona de si era real o no esa mujer. Él la amaba, y estaba dispuesto a arriesgarse a lo que ella fuera, fuese eso malo o bueno. Era un hombre enamorado, y daría todo como ese gran caballero y general que era por su amada.

lunes, 18 de febrero de 2008

31ª Historia Asesina - "Lo que se dice un ídolo"

Un cuento del Negro, de esos que tienen la pasión del fútbol

"Lo que se dice un ídolo" por Roberto Fontanarrosa

Pedrito se apioló tarde de cómo venía la mano. Porque él podía haber sido un ídolo, un ídolo popular, desde mucho tiempo antes. Lo que pasa que el Pedro, vos viste cómo es, un tipo que se pasa de correcto, de buen tipo.
Decime vos, ocho años jugando en primera y no lo habían expulsado nunca. ¡Nunca, mi viejo nunca! Ni una expulsión ni una tarjeta amarilla aunque sea. Y mirá que liga, eh. Porque siempre fue para adelante y lo estrolaban que daba gusto. Muy respetado por los rivales, por el referí, por todos, pero le pegaban cada guadañazo que ni te cuento. y sin embargo, nunca reaccionó. mirá que más de una vez se podía haber levantado y haberle puesto un castañazo al que le había hecho el ful, o a la vuelta siguiente encajarle un codazo, pero él... nada che. Una niña. Un duque el Pedro. Claro, ¿cómo no lo iban a querer? Los contrarios, los compañeros, todos. Pero... ¿querés que te diga? No sé si era cariño, cariño. por ahí era respeto, más que nada. Respeto. ¿viste? Porque mirá que yo lo conozco al Pedro y te digo que no es un tipo demasiado fácil para acercarse, para hablar, para... ¿cómo te digo?... para que se te franquee. ¿Viste? No es un tipo que va a venir y sin que vos le preguntés nada te va a contar de algún balurdo que tiene, algún fato afectivo... no, no es de esos. Es un tipo más bien reconcentrado que, a veces, para que te cuente qué le pasa, la puta, se lo tenés que preguntar mil veces, y eso que a mí me conoce mucho.
Incluso yo a veces le decía: “No dejés que te peguen” porque me daba bronca ver cómo la ligaba y se quedaba muzarella. “No dejes que te peguen, Pedro” le decía. “Poneles una quema, meteles una buena plancha, a ver si así te van a entrar tan fuerte”.
Y me decía que no, que es muy jodido pegar siempre siendo delantero. Sí, andá a decirle al Pepe Sasía eso, andá a decirle al cordobés Willington que no se puede pegar siendo delantero. O al negro Pelé, sin ir más lejos, que tiene el record de tipos quebrados. Andá a decirle al Pepe Sasía que a los delanteros les es más difícil pegar. El Pepe te metía cada hostiazo que te arrancaba la sabiola. Le bajaba cada plancha a los fulbá que te la voglio dire. Pero al Pedro qué le iba a pedir eso. Si ni cuando se armaban esos bolonquis de todos contra todos o esos entreveros con el referí en el medio, que son ¿sabe qué? pa' repartir tupido, son una uva, él se quedaba a un costado, con los bracitos en la cintura, ni se acercaba. Y en esos entreveros no hay peligro ni de que te echen, ahí te meten esos puntines en los tobillos, o te tiran del pelo, te meten los dedos en los ojos o te african un cabezazo y vale todo. Nadie vio nada. Que siga la joda. Y no era que el Pedro no se metiera de cagón, ¿eh? Porque eso sí, de cagón nunca tuvo un carajo. Un tipo que se mete en el área como se mete el Pedro, oíme, a un tipo de esos ni en pedo lo podés catalogar de cagón.
Pedro no se calentaba. Tenía eso. No se calentaba. No era un tipo que se podía calentar. Lo fajaban y se quedaba en el molde. Y la hinchada lo quería, sí, pero nada más. Cuando salía de los vestuarios, después del partido, las palmaditas, “Bien Pedro”, “Buena Pedrito”. pero ahí nomás. A veces algún cantito. O no lo puteaban demasiado cuando perdían. El Pedro siempre normal, en siete puntos, seis puntos, como diría el Flaco.
¿Sabés cuál era la cagada del Pedro? Yo lo estuve pensando. Era muy lógico. Mirá vos, era muy lógico. Nunca decía algo fuera de la lógica. Todo era, digamos, criterioso. Pensando. Lógico, todo era lógico. Me acuerdo que íbamos a jugar contra Boca, en Buenos Aires, y le preguntan qué pensaba del partido. Y él contesta que lo más probable era que perdiéramos. Que con un empate estábamos hechos. ¡Por supuesto que lo más probable cuando salís de visitante es que te hagan el hoyo, y no en cancha de Boca, en cualquiera!
Pero, viejo, qué sé yo, agrandate, decí: “les vamos a romper el culo”, “les vamos a hacer tricota”, qué sé yo. No te digo siempre, pero alguna vez, andá en ganador. No, el Pedro siempre con la justa: “La verdad que nos van a ganar”. “Si sacamos un empate estamos hechos”. “La lógica es que nos rompan el orto”.
Claro, desde un punto de vista razonable, todo lo que él declaraba era cierto. No se le podía discutir. O cuando se perdía. Era lo mismo que cuando lo fajaban. Siempre estaba de acuerdo con el resultado. “Nos ganaron bien”, “jugando así nosotros, era lógico que nos ganaran”, “nos tendrían que haber hecho más goles”. Nunca se enojaba. Era como cuando lo fajaban los defensores. Se la bancaba siempre. Nunca ibas a leer declaraciones de que les habían afanado el partido, que los habían cagado a patadas, que les habían cagado a patadas, que les habrían cobrado un gol en offside. Nunca. ¡Te imaginás! Fue premio a la caballerosidad deportiva como mil veces.
Y cuando se armó la primera vez este fato con la mina ésa, también. Porque tampoco el Pedro era un tipo que le podías buscar una fulería en su vida privada.
Padres macanudos, ningún problema con los viejos, y la Isabel, la noviecita de toda la vida. Y pará de contar. Ni jodas, ni calavereadas, ni un chancletazo por ahí. Nada. Fue cuando le inventaron el fato ese con la Mirna Clay, la cabaretera esa. ¡Mirá vos! Justamente a Pedro venirle a inventar que se encamaba con esa mina. Al Pedro, que la Isabelita lo tenía más marcado que los fulbás contrarios. Y además, ni falta hacía marcarlo, porque para eso era un nabo. Pero vos viste que hay periodistas que ya no saben qué carajo inventar y armaron todo el verso ese de que el Pedro andaba con la Mirna Clay. ¡El quilombo que se armó! ¡Para qué! El Pedro, ahí sí, fue a la revista, chilló, tiró la bronca y los ñatos de la revista pegaron marcha atrás y desmintieron todo. Que habían sido rumores, que eran todas mulas, en fin. La cosa que el Pedro se quedó tranquilo. Y fijate que ahí yo estuve a ponto pero a punto de decirle algo, pero me callé la boca.
Dijo: “callate Negro, que por ahí la embarrás” y me callé bien la boca. Yo los conozco mucho a los viejos, a la Isabelita, ¿sabés? y preferí quedarme en el molde.
Pero mirá vos, para el tiempo, y esta otra revista empieza con la misma milonga. Con otra mina pero con la misma milonga. Ahora con la loca ésta, la Ivonne Babette, pero con el mismo verso. Que los habían visto juntos, que parecía que el Pedrito se la movía, que qué sé yo. Para colmo la mina ésta que debe ser más rápida... una luz la mina... agarró el bochín y empezó con que estaban perdidamente enamorados, que Pedro era el único amor de su vida, en fin. Se ve que armaron el estofado a partir de esa foto que salió cuando el equipo tenía que viajar a Perú y les sacaron una foto en el aeropuerto cuando justo estaba la reventada ésta que también viajaba en el mismo avión.
Para colmo la mina sale al lado de Pedro. Eran como mil en la delegación pero dio la puta casualidad que esta mina sale junto al Pedro. Y se ve que ahí armaron el estofado. Qua a la mina le viene macanudo, mirá qué novedad.
Y ahí sí, lo agarré al Pedro y le dije: “Pedrito, no hagás declaraciones. No digás ni desmientas nada. Quedate chanta, haceme caso”. Lo corrí un poco con el verso de que él no podía prestarse a ese escándalo, que él tenía que mantenerse por sobre toda esa suciedad, que no tenía que prestarse siquiera a hablar del asunto. Que ya bastante se había ensuciado antes con el balurdo anterior con la Mirna Clay. Y el Pedro me hizo caso. Lo llamaban de los diarios y él decía que no iba a hablar del asunto. Que no insistieran. Y los periodistas, que son lerdos también, se agarraron de eso que “el que calla otorga”. Y dieron el caso como comprobado. Hasta diarios más serios hablaron del caso del Pedro con esta mina. Y la mina ¡para qué te cuento! Inventó cualquier boludez para darle manija al asunto. Cuando el Pedro quiso parar la cosa, ya era demasiado grande y tuvo que quedarse en el molde.
Eso habrá durado un par de semanas. La Isabelita se enojó con el Pedro y casi lo manda a la mierda, los diarios dijeron que esa pelota confirmaba el enganche del Pedro con la Babette ésta, en fin, un quilombo impresionante.
Al domingo siguiente, tenían que jugar en buenos Aires un partido chivo contra Vélez. Y al Pedro lo marca Carpani, un hijo de mil putas que le pega hasta a la madre y este Carpani lo empieza a cargar. Le decía: “¡Qué mierda te vas a voltear vos a esa mina, si vos en tu vida te volteaste ninguna!”, “ya que sos tan macho animate a entrar al área que te voy a romper la gamba en cuatro pedazos”, esas cosas. Y le tocaba el culo. Al final el Pedro, mirá como estaría, le pegó semejante roscazo que le arruinó la jeta. Le puso una quema en medio de la trucha que lo sentó de culo en el punto del penal. ¡Te imaginás lo que fue eso! Que al terrible Carpani, el choma que se comía los pibes crudos, el patrón del área, le pusieran semejante hostia en la propia cancha de Vélez, en el Fortín de Villa Luro. Lo tuvieron que sacar en camilla porque quedó boludo como media hora. Y a Pedro, más bien, tarjeta roja y a los vestuarios. Por primera vez en la vida. pero después me contaba, los de Vélez lo miraban pasar para las duchas y no decían nada, lo miraban nomás. Hasta hubo uno que le dio la mano.
Le dieron pocos partidos. Y volvió en cancha nuestra, contra la lepra. Y ahí se confirmó mi teoría. Era un mundo de gente. Muchos habían ido por el partido, pero muchos habían ido para verlo al Pedro. ¡Y cuando entró... se venía abajo la tribuna, mi viejo! “Y coja, y coja, y coja Pedro, coja” cantaban los negros. Era una locura. “Y pegue, y pegue, y pegue Pedro pegue”. Como será que hasta el Pedro se emociona y se apartó y se apartó de los muchachos para saludar a la hinchada con los dos brazos en alto. Una locura. Ahí empezó a ser ídolo. Ahí empezó. Aunque no me lo reconozca porque nunca volvió a darme demasiada perfecto, viejo. Si no tenés ninguna fulería, si no te han cazado en ningún renuncio... ¿Cómo mierda la gente se va a sentir identificada con vos? ¿Qué tenés en común con los monos de la tribuna? No, mi viejo. Decí que el Pedrito se apioló tarde de cómo viene la mano.
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Historias Asesinas para Matar el Tiempo by Félix Alejandro Lencinas is licensed under a Creative Commons Atribución-No Comercial 2.5 Argentina License.