viernes, 28 de marzo de 2008

38ª Historia Asesina - "Réquiem para un naranjo en flor"

"Primero hay saber sufrir, después amar, después partir... y al fin andar sin pensamiento...". Un tango que inspiró la historia de un fantasma...

Réquiem para un naranjo en flor

A Hómero y Virgilio Expósito,
por haber creado un tango tan bello y exquisito.
A vos
-que aún no tienes nombre-,
aunque nunca te ganes ese título de la nobleza
que yo quiero que tengas

La vieja casona llena de polvo. El color gris consecuente del olvido, el polvo del ayer combinado con el de hoy. Las ventanas que apenas dejan entrar la luz del exterior. Los muebles cubiertos de la seda suave y pegajosa que llaman telarañas. El aire enviciado, no solo por la suciedad, si no por la cantidad de recuerdos que contiene en su extraña esencia, mezcla de melancolías, necedades y tristezas con experiencias, felicidad y armonía.
Un fantasma, gris y mugroso como aquel lugar, despertó una vez más a la misma hora. Recorrió cada rincón de la casa, así como lo hacía hasta el momento de morir sólo y abandonado por la miseria, la desidia y el desamparo. Sus facciones grises seudoinvisibles habían de dejado de mutar con el paso del tiempo. Pero no sus costumbres.
Caminó hasta el living. Sus paredes empapeladas con plumas marrones muy mohosas y el papel que parecía tener siglos de antiguedad daban un aroma raro a viejo y oxidado. El piano negro, de pared, era el único elemento que se había salvado de todo el olvido de aquel anticuado lugar.
El fantasma, acariciando la tapa con cariño, miró al instrumento. Corrió la banqueta para acomodarla y sentarse. Levanto la tapa suavemente y miró el teclado con sus secuencias de blancos y negros.
Con un dedo presionó una tecla, cuyo sonido inmutó toda la habitación dormida. Y con la otra mano presionó otras teclas. Y otras. Y luego, de a poco, cada una de las teclas y sus sonidos se fueron convirtiendo en música. Y la música tomó identidad: un viejo tango.
Y el fantasma cantó:

-"Era más blanda que el agua
que el agua blanda...
Era más fresca que el río,
naranjo en flor..."


Y de repente, la habitación dejó de ser gris. Y tomó los colores con los que en antaño se vistió. Y su aroma también cambió, a flores, miles de flores de naranjo. Y el fantasma fue niño. Y una niña pequeña se acercó. Sus cabellos enrulados y sus ojos celestes lo miraron tocar. Un gesto, una sonrisa inocente escapó de su boca. Y luego desapareció.

-"Y en esa calle de estío,
calle perdida...
dejó un pedazo de vida
y se marchó..."


En el lugar de esa niña, otra apareció. Un poco más grande, llevaba el pelo recogido con miles de largos y brillantes rizos azabache. Pero sus ojos verdes ni lo miraron. Simplemente la niña se sentó en un banco y se dedicó a escribir algo en un papel. Y luego, sólo miró el techo. Y el fantasma siguió tocando, ahora siendo unos años más grande.

-"Primero hay que saber sufrir,
después amar, después partir
y al fin andar sin pensamiento..."


La niña de la silla desapareció. Y luego por la puerta entró una jovencita. Su piel blanca resaltaba y hacía juego con sus ojos café. Su sonrisa, la más amplia y hermosa que había visto en la vida. Sus ojos se posaron en él y le regalaron dicha sonrisa.

-"Perfume de naranjo en flor,
promesas vanas de un amor
que se escaparon en el viento..."


La jovencita de los ojos café se sentó junto a él. Y ahora, ambos a medias, uno con cada mano, continuaron tocando ese viejo tango. Mientras tocaban, la jovencita lo miraba y le seguía regalando sonrisas. Y el fantasma cantó, ahora siendo un joven adolescente:

-"Después, qué importa del después
Toda mi vida es el ayer
que me detiene en el pasado..."


En ese momento, la melodía quedó a medias. La jovencita de los ojos café se levantó inesperadamente y se hizo a un lado y el fantasma volvió a tocar con sus dos manos. Y volvió a aparecer otra muchacha, en su lugar. Una muchacha de tez morocha y cabello largísimo. Y alta, muy alta. Y muy bella. Se acercó por detrás, le tocó los hombros y le miró tocar unos compases. Mientras la jovencita se quedó mirándoles unos segundos.

-"Eterna y vieja juventud
que me ha dejado acobardado...
como un pájaro sin luz..."


Lo besó en una mejilla y se retiró por una puerta. La jovencita permanecía allí. Y el fantasma, tocó solo durante todo ese tiempo. Y se convirtió en un joven adulto. Y cantó:

-"¿Qué le habrán hecho mis manos?
¿Que le habrán hecho,
para dejarme en el pecho
tanto dolor?"


Y entonces de la nada, apareció una mujercita de rojos cabellos furiosos. Y ojos verdes, y su piel pálida y llena de belleza. Contemplativa, miró al fantasma, y se sentó con él a tocar a medias, como lo había hecho con la jovencita de los ojos café, que aún estaba ahí y miraba, al margen. El fantasma cantó:

-"Dolor de vieja arboleda,
canción de esquina,
con un pedazo de vida,
naranjo en flor..."


En un momento, cuando no se dio cuenta, la mujercita de los cabellos rojos tocaba el piano ella sola. El fantasma sólo miraba. Y en un momento, miró hacia atrás y vio a la jovencita de los ojos café. Ella aún lo miraba y le sonreía. Aún a pesar de todo. La mujercita pelirroja lo miró. Y dejo de tocar. Y el fantasma, ahora ya un adulto, volvió a tocar. Una vez más, quedó solo frente al teclado, y tocó. Pero esta vez la jovencita de los ojos café y el fantasma cantaron:

-"Primero hay que saber sufrir,
después amar, después partir
y al fin andar sin pensamiento...
Perfume de naranjo en flor,
promesas vanas de un amor
que se escaparon en el viento..."


Y los últimos acordes terminaron. Y todo volvió a ser gris. Y el fantasma volvió a ser gris y viejo. Las luces se fueron, y el perfume. El fantasma cerró la tapa, y sonrió.
-No importa lo que suceda... Nadie canta como ella.

martes, 25 de marzo de 2008

37ª Historia Asesina - "Un paseo en auto"

Las casualidades, las causalidades y las confusiones siempre existen

"Un paseo en auto"

"Cuántas veces yo pensé en volver
y decir que de mi amor nada cambió
pero mi silencio fue mayor
y en la distancia muero
día a día sin saberlo tú..."
Roberto y Erasmo Carlos


Iba pensando en la vida. Mis manos frías en esa noche de invierno tomaban control del volante. Las luces se abrían de par en par a medida que transitaba mi camino, y a medida que la oscuridad se iba ciñendo por arriba de mi cabeza y la de mi vehículo. La radio pasaba un tango reversionado por algún intérprete moderno. Un tango que me retrotrajo en el tiempo, al otrora cantado por otro y escuchado por mi abuelo durante las tardes soleadas en Floresta.
En uno de los respiros que me dio el tránsito adverso, en la calle Gualeguaychú, y a punto de meterme en Juan B. Justo, vi a aquella mujer que caminaba llevando consigo miles de recuerdos e ilusiones. Esa mujer que pensé que nunca volvería a ver.
En realidad nunca pensé que volvería a transitar esas calles.
Una vez más me encontré a mi mismo caminando, en un dejo involuntario de melancolía. Aunque igualmente las cosas ya no eran iguales ni mucho menos. Ya no era el mismo que fui. Ni tampoco en ese entonces.
Prendí un cigarrillo y abrí la ventana para dejar salir el humo, a pesar del frío. Y de Juan B. Justo pasé a Segurola y por ahí tenía planeado ir derecho a Rivadavia. En las vías del otro lado, pasó un auto rojo, un modelo de esos modernos pero que no reconocí por mi poca sabiduría en esos menesteres. Dos chicas, jóvenes y bonitas, pasaron junto a mí y me tocaron la bocina dos veces.
Fue raro. Me sentí entre raro y halagado, porque noté que fue una especie de saludo. O al menos tenía entendido que tenía ese significado y que fue a mí, porque no pasaba nadie más en ese momento y en ese lugar. Y así me encontré sonriendo. No pensé que les parecería atractivo a un par de mujeres. Quizás eso era pauta de que no todo estaba perdido. Y que a pesar de los recuerdos que me traía el dichoso lugar, tanto buenos como no tanto, quizás el volver no era un mal augurio.
Y puede ser. Porque cuando uno ve todo negro es mucho más fácil detectar la luz. Y se conforma con ver un pequeño haz para que lo salve.
Es más, pensé en pegar media vuelta y seguir a las mujeres. Quién sabe, a veces en la vida hay que pegar un volantazo para que cambien las cosas. Quizás devolverles la gentileza. Luego nos saludamos. Las conozco, y una de ellas me deslumbre y nos enamoremos, y nos conozcamos. Luego nos damos cuenta que nos amamos, y decidimos comprometernos, casarnos y ser felices. Y después vienen los hijos y los nietos... Y así, quizás finalmente sea feliz. Quién sabe... Hay que arriesgarse.

...

-¿Pero viste qué pelotudo ese chabón? ¡¿Quién le habrá enseñado a manejar?! -dijo la conductora del auto rojo.
-Pero vos también, ¿por qué no te tocaste la bocina? -le reclamó la acompañante.
-¡La apreté y no sonaba!
-¿Cómo que no?
-¡No! ¡No sonó!
-¿A ver?
La acompañante apreta la bocina dos veces, y suena, efectivamente, dos veces. Un auto gris, casualmente pasa por enfrente en ese momento.
-¿Ves que anda?
-Bueno, pero antes no andaba...

miércoles, 19 de marzo de 2008

36ª Historia Asesina - Zapatos rotos o una historia de desidias

Una historia de pobreza, desidia y pasado.

"Zapatos rotos o una historia de desidias"

Llegó del colegio, como siempre. La tarea de civica y de matemática dejaron de estar en su cabeza, porque cuando llegó otros pensamientos llegaron. Era la hora de comer.
-Mamá, ya llegué -dijo.
Pero no obtuvo respuesta. "Raro", pensó. No estaba ni ella, ni sus hermanitos. Tenía hambre, así que decidió cocinarse él mismo con lo que encontró en la alacena. Un guiso haría de buen almuerzo, además de que no era la primera vez que le tocaba cocinarse.
Se sentó a la mesa, y se miró los pies. Sus zapatos de cuero daban lástima, tendrían como mínimo unos diez años, seguramente llegaron a sus pies después de que dos o tres de sus hermanos mayores los usaran. Movió los dedos y de repente pareció que hablaban. Porque ahora tenían una boca formada por el movimiento de los dedos y la rotura de la punta.

"No... Más mala suerte no puedo tener"...

Terminó de comer. Sacó un poco de agua de la bomba de afuera y lavó los utensillos que usó para cocinar con ella. Después guardó todo y se sentó de nuevo en la mesa.
Había un silencio inusual. Siempre estaba el griterio por ahí de los hermanos, de la madre, o de quien fuese. Pero ahora no había nada.
Hizo la tarea de matemática, algo en lo que era bueno. La verdad es que nunca le había costado ir al colegio. Y hasta le gustaba. Quién sabe, quizás estudiando podía salir de toda esa miseria y ser alguien mejor que sus padres.

Ya eran las ocho de la noche. Y nadie se aparecía. No había nadie ni nada. Estaba realmente sólo. Aunque toda la vida había sido así, en casa y con más de doce hermanos, cada uno hacía su vida por su lado, como podía y como quería. Incluso uno de sus hermanos, cuando vivían en la vieja casa de Avellaneda, había dejado a su familia para irse a vivir con el dueño del almacén en el que trabajaba. Ahora, en Bosques, la cosa no era muy distinta, y había incluso nuevos hermanos. Y la verdad que aunque estuviera su madre o no, él hacia cómo podía las cosas. Y hasta había seguido la secundaria no porque lo habían obligado sino porque así él lo había querido. Entonces, era lo mismo, pero ahora no estaba el bullicio de siempre.

Al día siguiente apareció en el colegio como siempre. Las clases de siempre, como siempre. Y avergonzado, trataba de esconder sus zapatos rotos, para que no se dieran cuenta los demás. Por eso ni se movió ese día. Y cuando fue la hora de salir, salió rápido para que nadie lo viera.

Esa tarde, nadie apareció en casa. Y tampoco al día siguiente. Ni al otro.

"¿Dónde estaban todos?", preguntó cuando habían ya pasado quince días. Hace dos había tomado la decisión de dejar la escuela y buscarse un trabajo, porque ya no había nada para comer. Luz ya no tenía, se la habían cortado hace cinco días, e intentaba hacer su tarea con la luz de las velas.
-¿Pero cómo vas a dejar...? -le dijeron sus compañeros cuando anunció su deserción- ¡Falta un año nomás!

Pero es que ni para velas tenía ya, era más importante sobrevivir ahora.

Empezó trabajando limpiando un edificio de oficinas a la noche, pagaban mal, pero era más importante sobrevivir ahora.

Al mes, cuando se fue a vivir a la casa de uno de sus hermanos mayores que de casualidad lo encontró solo y en la más completa oscuridad de la casa, se enteró de que mamá y sus hermanitos se fueron todos para corrientes. Y que papá estaba viviendo solo en una casilla allá por Berazategui. Y bueno, como siempre lo fue, era más importante sobrevivir ahora.

Y bueno, sobrevivió nomás.

Cuando terminó de escribir esta historia, unos cuantos años después, se acordó de la película Mi Pobre Angelito, cuando la vio con sus propios hijos. Él había vivido una versión más trágica de la misma historia de desidia y olvido. Y cómo era un joven ingenuo, con zapatos rotos y hambre, quizás por eso su familia nunca volvió el día de Navidad a abrazarlo. O quizás porque nunca lo habían abrazado.

O quizás porque nunca tuvo familia.

O quizás porque sus zapatos reparados y los abrazos llegarían quizás mucho tiempo después.

domingo, 9 de marzo de 2008

35ª Historia Asesina - "La última noche de la luna"

Siempre me pregunto ¿qué pasaría si...? Y esto es lo que salió de esta pregunta...

"La última noche de la luna"

"Mirando ese brillo que tenés,
lo blanco de tus ojos que es lo único que te queda de verdad
Tus manos que no las tienes, no para mí
y tu boca que yace como piedra dura, fría e inmóvil.
No me muestras los dientes pues tampoco me sonríes.
Y yo que muero por estar con vos...
Y vos que, frialdad y crueldad mediante, te mantienes lejos de mi...
Me inspirás a tantas cosas y cuando te miro también lloro.
Y cuando llueve y no te puedo ver no me queda otra que esperarte asomada a mi ventana.
Y a veces con amistades, otras con la soledad. Siempre me provocás cosas tan extrañas...
Vos y yo, absortos uno en el otro, intentando descifrarnos...
Yo sin entender ya nada y vos inerte en tu lugar.

¿Cómo puede ser, querida luna, que no te canses de inspirarme?"

Daniela Gutiérrez (extraído del blog "CAPITAL")

Fue la noticia del momento. Y todavía me acuerdo del momento en el cual la escuché por primera vez. Y él momento después del hecho.
Estaba yo sentado en el sillón, devorándome una torta frita que mi madre había cocinado muy felizmente ese día nublado. Había vuelto de mis clases de inglés, y estaba viendo por la televisión a la novela de la tarde, con la que me había enganchado por la culpa de mis hermanas.
"Flash informativo", anunció en el momento de los comerciales con desesperación la televisión. "Uf... ¿Y ahora qué pasó?".

"En un informe de último momento, la agencia Espacial NASA acaba de anunciar que un asteroide de 29 metros de ancho se acerca hacia la Tierra. Astronomos de dicha entidad descubrieron que se acerca a una velocidad de 28 kilometros por segundo. Sin embargo, según las estimaciones, el cuerpo no tendría contacto con la Tierra, sino que con la Luna. 'Por la magnitud del cuerpo, es muy probable que la luna se destruya', dijeron las autoridades'".

"O sea", pensé, "no va a haber más luna". No lo podía creer.
-¡Ma, mirá! -gritó mi hermana.
-¿Qué pasó? -dijo ella saliendo de la cocina.
-¡Se va a destruir la luna!
-No, dicen que es probable -dije-. Es como cuando decían que un asteroide iba a chocar con la Tierra y que sé yo...
-Pero mirá si es verdad -dijo mi hermana-. O sea que no va a haber más luna... Ni luna llena, ni nada de eso.
-No va a haber más hombres lobos -dijo bromeando mi mamá.
Me reí, y miré a mi hermana preocupada por el fenomeno por venir.
-Tranquila, nena, no va a pasar nada.
-¿Seguro?
-Sí, seguro.
Esa misma noche, me acerqué a mi ventana y quise ver la luna. Pero no podía, porque las nubes la tapaban.
-¿Sin luna puede pasar algo malo? -dijo mi hermana que entraba por la puerta.
-Mmmm... Quizás haya trastornos con la marea... Quizás la marea esté más alta porque influye en eso... Bah, algo así, no sé, no la tengo muy clara tampoco.
-¿Y los marcianos que viven en la luna dónde van a ir?
-Ja, ja, ja... No tonta, no hay marcianos en la luna.
-¿No?
-No. Y capaz que se fueron para otro lado ya.
-Aja...
-No tengas miedo, no va a pasar nada, nena. Andá a dormir.
-Pero a mi me gusta la luna. Es linda, plateada, hermosa. Me gusta verla a la noche mucho tiempo, es como una amiga que está allá, lejos muy lejos. A veces hablo con la luna.
-Entiendo.
-Yo no quiero que se destruya.
-Bueno, tranquila. Capaz que los científicos esos se equivocaron. Por ahí no la destruyen y le hacen un crater nomás. Andá a dormir -dije, echandola de mi pieza.
Era raro. Seguía escéptico a que algo así pudiera suceder, pero me preocupaba un mundo sin luna. Recordaba yo también muchos días mirándola. Hasta algún que otro poema que había escrito en su honor, que tenía guardado por ahí.
Y lo peor es que ese dia no la veía.
A la mañana siguiente fui a la casa de mi amiga, Patricia, pero le decíamos "Pato". Me había invitado a desayunar. Y sucedió lo que esperaba: otra persona más preocupada por el destino de la luna.
-Es que, ¿entendés lo que significa? -me explicaba- Es como que, como que no hubiera sol... Bah, no como eso... Pero la luna es algo importante... Es, es como...
-Calmáte, estás como mi hermanita ya... ¿Me vas a decir que vos también hablabas con la luna?
-Claro. ¿Nunca lo hiciste?
-Eh... No. O sea, ¿querés que hable con algo que no me va a responder?
-¿Y? ¿Qué tiene? ¿Por qué alguien te tiene que responder? La luna te escucha. Eso es lo importante.
Esa mañana, los noticieros anunciaron el día y la hora del impacto del asteroide: 7 de enero a las 1:00, o sea mañana a la madrugada. Parecía que era cierto nomás.
-Ay, Dios... -suspiró mi amiga.
-Bueno, che... Tampoco es para tanto...
-Ah, ¿no? Lucila está re preocupada por esto. Es más, va a venir para acá a ver juntas la última noche de la luna.
-En... ¿serio?
-Sí.
Lucila era mi más bella debilidad. Era la mejor amiga de Pato, y siempre me gustó. Pero ella estaba confundida y no sabía si me quería a mí o a otro chico.
-¿Vas a venir a ver la luna con nosotros? -dijo ella con complicidad.
-Eh... No sé.
-Dale, vení. Está re sensible por eso, podés aprovecharlo... Decíle que vos también estás consternado porque no va a haber más luna -me decía guinándome un ojo-. La comprás con eso, seguro.
-Bueno, está bien.
Y toda la tarde estuve pensando en eso. Pero no sólo en ella, sino también en la luna. Pucha madre, era raro. Muy raro...
-¿Qué pasa hijo?
-No, nada. Ah, a la noche voy a la casa de Pato.
-¿Para qué? Ah, ya sé, a ver a la luna. ¿Vos también la vas a extrañar?
-Eh... Sí...
-Yo también. A mi me gustaba hablar con ella.
-¡Bueh! ¡Parece que es una gran confidente de todo el mundo, che!
-Y sí. La luna siempre está ahí para escucharte. Las personas no siempre.
-Sí, supongo.
-Es una gran pérdida, pero nada es para siempre -dijo sonriendo y se fue.
A la noche fui para lo de Pato. Obviamente que estaba en la vereda mirando al cielo.
-Hola, nene.
-Hola.
-Tu chica está allá adentro, fue al baño.
-Ah.
Me quedé mirando un poco el cielo con ella. Después la miré y le pregunté:
-Che, Pato, ¿qué cosas le contabas a la luna?
-Le contaba de todo, todo lo que me pasaba, todo lo que sentía cuando estaba triste. Bueno cuando estoy contenta también le cuento cosas, muchas. ¿Nunca probaste?
-No...
-Probá entonces. Vas a ver que ella te escucha...
-Sabés que no creo en esas cosas.
-¡Probá y no seas cabeza dura!
-OK, OK...
Pato se levantó y se fue. Yo miré la luna... Y lo que pronto no iba a estar más. Me acuerdo que de chico, cuando viajaba en auto y en colectivo, miraba por la ventanilla y la veía, y parecía que te seguía. Y me acuerdo que una vez en el campo, fuera de toda luz artificial, vi que era la única luz y era muy lindo.
-Luna... -balbuceé con vergüenza- Bueno, qué sé yo. Me dijeron que era bueno hablarte, que te servía, que era lindo... No sé, la verdad es que soy muy escéptico en esas cosas que son medías supersticiosas... La verdad es una lástima perderte... En serio, porque, o sea, estás ahí siempre, estás como algo bueno... Qué sé yo... Das luz... Bueno, inspiraste a muchas personas y bueno... Qué sé yo. La verdad ahora es que me da un poco de lastima... Y muchos acá, más que yo te van a extrañar... Como Pato y como Lucila. Me dijo Pato que Lucila está mal... Y bueno, pobre. Sos una gran confidente, y te voy a contar un secreto: Lucila es la persona que más quiero en el mundo, ¿sabés? Es muy linda, y me da ternura que se ponga sensible por todo esto. O sea, es una persona profunda y muestra muchas cosas lindas en ella. Por eso es que me gusta tanto, aunque ella no me dé tanta pelota... Pero bueno, no importa. Pero a veces me gustaría ser tan importante para ella como por lo visto lo sos vos, ¿entendés?
-¿Alejandro? ¿Eso que decís es cierto? -escuché alguien que habló a espaldas mío.
Avergonzado me di vuelta y la vi: era Lucila.
-Lucila... Yo... yo...
Ella sonrió:
-Me dijo Pato que estabas hablando con la luna y quise ver... Me parece tierno en vos eso, no sabía que también hablabas con la luna...
-Bueno, yo...
-¿Pensás eso de mí?
-Eh... Sí, sí...
-Sos un tierno, en serio -y me besó.
Se sentó junto a mí. Y el reloj marcó las 1:02, y entonces vimos con un poco de miedo e impresión como en un destello y una especie de implosión que hizo que la noche se haga día por unos segundos, vimos desaparecer al satelite terrestre. Lucila me abrazó y vimos juntos como se iba esa musa eterna del hombre.
Y por eso es que siempre que miro al cielo, que ahora parece vacío y triste, recuerdo el beso que me dio Lucila entre lágrimas, un momento después. También oí el llanto de Pato detrás de nosotros. Todos habían perdido algo muy importante. Y también recuerdo que nada volvió a ser igual desde entonces.

martes, 4 de marzo de 2008

34ª Historia Asesina - "Ella tenía una lágrima"

Profe, si alguna vez lee esto, nuevamente le pido disculpas por publicar un cuento suyo una vez más. Pero es que el día de hoy lo sentí así.

"Ella tenía una lágrima" por Mariano Ritterstein

"...hoy tu lloras un poco para compensar
Si no lloras un día, no lloras más
A veces algo me hace olvidar
algunos cosas que no quiero amar..."

Luis Alberto Spinetta

Ella tenía una lágrima.
No sabía bien su origen, pero ella sabía que tenía una lágrima.
Allí, colgando de una de sus pestañas, pegada al lagrimal, había una lágrima.
Hacía mucho tiempo que ella no lloraba. Hasta se podía llegar a decir, sin temor a faltar a la verdad, que ella no recordaba cómo era una lágrima.
Tampoco recordaba la última vez que había caído en llanto, y suponía que quizás había transcurrido ya un siglo o dos.
Como una temerosa gota cuyo destino inmediato es el desierto, la lágrima parecía no querer caer por la mejilla de su dueña.
Tampoco ella atinaba a hacer nada, por miedo a perderla. No tenía apuro en buscar un pañuelo para secársela, ni tampoco quería quitarla con sus dedos, como hubiera hecho cualquier persona común y corriente.
Al fin y al cabo, aunque no supiera su procedencia, ella tenía una lágrima.
Extraña sensación esa de tener una lágrima y no saber el por qué. El paso del tiempo la había endurecido, las desgracias le habían puesto una muralla casi infranqueable y había mandado a archivo a su corazón.
Rara mañana ésta, en la cual ella se despertó con una lágrima.
De chiquita solía llorar adrede, para sentir el tenue sabor a sal cuando el llanto le mojaba los labios. Pero eran otros tiempos. Lejanos en el recuerdo, cercanos en el olvido.
Se levantó de la cama, con movimientos suaves para no perder a su lágrima. Se calzó unas pantuflas de color rosa viejo y lentamente se acercó hasta el baño, donde había un añejo espejo. Con una suavidad pasmosa, movió su mano izquierda hacia arriba y encendió la luz del lugar. Luego levantando apenas un poco la nariz, miró al reflejo de su rostro.
Allí encontró a su lágrima.
Sí, ella tenía una lágrima.
Al ver a su lágrima sola, sintió cierta impotencia al no saber por qué estaba allí.
Con bronca, arrojó el vaso con el que solía enjuagarse la boca contra el reflexivo cristal.
Entonces el espejo se convirtió en miles de astillas desparramadas por el piso, transformando a esa lágrima en miles más.
Ella tenía un montón de lágrimas
Y comprendió que ahora sí estaba llorando.
Y que sabía bien por qué.
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Historias Asesinas para Matar el Tiempo by Félix Alejandro Lencinas is licensed under a Creative Commons Atribución-No Comercial 2.5 Argentina License.