martes, 27 de mayo de 2008

42ª Historia Asesina - "Inspiración"

El tipo se sienta, mira el papel como dudando, seleccionando mentalmente las palabras que va a escribir. Porque tiene que hacerlo, de alguna u otra manera. Sabe que esa tarde vio esa cosa, ese hecho, le contaron esa cosa, vio a esa persona que lo hizo reaccionar. Y entonces ese sentimiento se le quedó ahogado en el pecho, en el corazón.

Entonces el tipo se pone a pensar cómo va a decir eso.

"Había una vez..."

Ahí se da cuenta que comenzó.

"Caminó", escribe y enseguida tacha. Pero no, camino, de sendero, va sin tilde. No sabe bien por qué escribe los verbos en pasado casi siempre cuando no corresponde. Será una cuestión de que siempre escribe en pasado y le agarró la costumbre de no comerse las tildes. Y no se las come, hace la dieta demasiado bien.

"La dulce princesa miro miró por la ventana".

Ahora el caso inverso. ¿Por qué carajo no me tocó un idioma como el inglés que no tiene tildes? ¿Eh?

"El caballero salió rápidamente saltando en su córcel negro azabache rápidamente".

Relee la frase. Uh, acá hay algo de más, piensa. Pero cuál de los dos "rápidamente" debe sacar. Porque quiere mostrar que quiere saltar rápidamente en el caballo, pero también que saltó rápidamente en su corcel. Ahí también se dio cuenta que metió una tilde donde no debe. ¿Cómo se escribe corcel? ¿Dónde metí el diccionario?, exclama hablando para sí mismo, a pesar de hablar en voz alta.

...córcel corcel...

Ya fue, piensa, le saco el primer "rápidamente". Entonces sigue escribiendo. Ahora más o menos, ya aclaró la mayoría de sus dudas gramaticales y entonces sigue avanzando por los diferentes núcleos narrativos.

"...y colorín, colorado, este cuento se ha acabado".

Y al fin le dio un cierre. ¿O debería poner el final de las pérdices? ¿Pero quién come perdices? Guacala, deber ser feo, piensa. Entonces, no, prefiere dejar al colorado. Que encima le deja un sabor a Chapulín Colorado, su serie favorita de la infancia.

Al final sonríe después de tan tedioso proceso. Otra vez, feliz, acaba de escribir, acaba de liberar lo que quería expresar. Acaba de terminar otra vez de pasar por el maravilloso proceso suyo de escribir.

lunes, 12 de mayo de 2008

41ª Historia Asesina - "Gente que anda por ahí..."

Es así, no se puede hacer nada, es así...

Gente que anda por ahí...

Había una vez gente andaba por ahí y cada uno tenía su cuento. Por ejemplo, el de José Martín Cruz, que acababa de salir de la panadería. Le había quedado debiendo diez centavos a la panadera porque no tenía cambio. Nunca se los pudo devolver: iba a cruzar la calle y lo iba matar un auto conducido por un borracho recién salido de un boliche.
O el de María Agustina Wilde, que estaba volviendo a casa, de noche, después de haber pasado todo el día en la facultad. Dentro de una semana tenía parcial. Nunca lo pudo dar. Un tipo la agarró por sorpresa, le pegó, la violó, la mató y dejó su cuerpo tirado en un descampado.
También el de Gabriel Arturo Salgari, que era un trabajador. O al menos eso era hasta que lo despidieron. Quiso buscar ese sueño americano. Quiso cruzar la frontera en balsa. No lo logró. Un disparo de un oficial de frontera acabó con todo su sueño.
O sino el de Agustina Abigail Delarosa que tenía un hijo. Trabajaba todo el día para él, limpiando mierda en casa ajena. Se enteró que tenía una enfermedad grave. No tenía obra social, porque trabajaba en negro. Murió a los pocos meses.
Sino puede ser el de Franco Manuel Altavilla que tenía dolores por todas partes. No sabía por qué. Al poco tiempo, se enteró de que una central atómica había estado contaminando los pozos de agua. Tenía radiación y miles de sustancias raras en su cuerpo, y no tenía salida.
O quizás el cuento de Fernando Martín Godoy que estaba jugando al fútbol, puede ser. Uno de sus compañeros le pidió un centro para cabecear. El centro nunca llegó: Fernando tuvo un paro cardio-respiratorio y se desplomó en el suelo.
O Juana Alejandra Estevez que era una inmigrante ilegal explotada día a día en un taller oculto. Un día se suicida porque no puede soportarlo más. Tiran su cuerpo al río, donde es encontrada semanas después por alguien que pasaba por ahí.
Otro cuento sino era Mario Juan Zurita que había ido a ver a su equipo favorito a la cancha. Fue a la popular. Desafortunadamente, quedó en el medio de una lucha de barrabravas y terminó muerto en un hospital después de haber recibido un tiro.
O Esteban Diego Sarratea que vivía en una villa de emergencia. No tenía laburo pero tampoco quería robar. Hace dos meses que había empezado a fumar paco, y era seguro que no le iba a quedar mucho más.
Y al final de sus cuentos, cada uno tuvo un final. No comieron perdices, obvio, porque estaban muertos. Pero al fin y al cabo este mundo y su gente funcionan así, si la injusticia, la maldad, la ineptitud y la desidia controlan cada una de sus vidas, ¿por qué no van a controlar sus muertes? Y colorín colorado, estos cuentos, aún no han acabado.
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Historias Asesinas para Matar el Tiempo by Félix Alejandro Lencinas is licensed under a Creative Commons Atribución-No Comercial 2.5 Argentina License.