jueves, 12 de febrero de 2009

52ª Historia Asesina - “El día después del último día de la Luna”

El día después del último día de la luna fue catastrófico. Como muchos especialistas habían predicho, los trastornos en las mareas fueron incontenibles y muchas ciudades costeras e islas fueron afectadas o perecieron ante el imbatible paso del agua.
Ese día después, lamentablemente, fue catastrófico y no sólo por lo arriba dicho. Mucha gente perdió las esperanzas, perdió la confianza en sí mismos, la fe. La Luna realmente, no era un mero cuerpo celeste que oficiaba de satélite orbitando el planeta. No era sólo un simple logro de la supuesta avanzada tecnología estadounidense haber llegado a ella. La Luna era el símbolo de la noche, de la oscuridad, de la eternidad (que no fue eterna al fin y al cabo) y hasta del amor.
Aquellos que prometieron alguna vez bajarle la Luna a alguien para demostrar su amor por otra persona, tenían dicha tarea mucho más difícil de cumplir. Aquellos que declaraban un amor de la distancia de la Tierra a la Luna, según por dónde se lo mire, hablaban quizás de una aporía o de una distancia infinita.
Yo fui uno de aquellos desgraciados que prometió alguna vez bajar la Luna. Mientras pudimos creer ella en mi promesa y yo en que podía cumplirla, todo marchó bien. Pero una vez que Luna fue aniquilada por ese maldito meteorito, las cosas se complicaron.
Ella, la que había creído mi promesa, era, bajo el efecto hipnótico del amor, especial, bella, única y seudoperfecta. Luego, bajo el manto crudo y verdadero de la realidad, era rara, superficial y vulgar. No le gustaba que le toquen los pies, pero le gustaba dar patadas. Tampoco quería que le toquen las mejillas, pero le encantaba que le den besos suaves y ruidosos en ellas.
Durante el tiempo que vivió esperanzada bajo la estúpida ilusión de que sería la única y legitima dueña del satélite lunar; permaneció a mi lado compartiendo buenos momentos de su vida, me sonreía a cada rato y me besaba a cada rato. Qué idiota, sólo estaba conmigo por interés, un interés figurado, pero materialista a la vez.
El día después del último día de la Luna, se me apareció sonriendo como siempre, creyendo que lo que había visto por cadena nacional y repetido mil veces por distintos programas de TV y otros afines, era una treta para ocultar que yo le había bajado la Luna desde el cosmos para ella y que los demás no lo supieran.
Grande fue su desilusión (y la mía) al descubrir que yo ni había comenzado las negociaciones por el ahora inexistente satélite; o que ni siquiera había comprado de esas supuestas piedras lunares, restos del satélite hecho añicos, que se vendían por Internet.
Furiosa y con un gran ímpetu, dio la media vuelta y se fue. Yo la corrí unas cuadras para tratar de detenerla, pero se escapó de mí y de mi vida y jamás la volví a ver.
Por otra parte, una vez que la gente empezó a acostumbrarse al nuevo elenco en el cielo, miles de estrellas comenzaron a brillar y más que antes. Había como mil estrellas por donde se veía y parecía que se habían inventado nuevas para intentar reemplazar a la primera actriz de la obra anterior.
Estrellas hay muchas en el cosmos… ¿Volverá a mí si le prometo la más brillante de todas?
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Historias Asesinas para Matar el Tiempo by Félix Alejandro Lencinas is licensed under a Creative Commons Atribución-No Comercial 2.5 Argentina License.