lunes, 20 de julio de 2009

66ª Historia Asesina - “La barrera”

Se cumplieron dos años de la muerte del gran escritor, humorista y dibujante Roberto Fontanarrosa. Como siempre acá lo homenajeamos a través de uno de sus cuentos.

Un paso más atrás. Dos más atrás. Tres. Ahí está bien. Ya está la barrera formada. Una baldosa más acá. Un momento. Ante todo, sacar las cosas del arco. Hay botellas debajo de la pileta. Ya la otra vez cagó una. Y dos sifones. El blindado no es nada, pero el otro puede reventar, y los sifones revientan y los pedacitos de vidrio saltan y se meten en los ojos de uno. Bien juntas las macetas de la barrera. El arquero muy nervioso. Miguel Tornino frente al balón. Atención. El rubio Miguel Tornino frente al balón. Una mano en la cintura. La otra también. La mano sacándose el pelo de la frente. La transpiración de la frente. De los ojos. Hay silencio en el estadio. Es la siesta. Hasta el Negro se ha quedado quieto. Resignado a ser simple espectador de ese tiro libre de carácter directo que ya tiene como seguro ejecutor a Miguel Tornino, que estudia con los ojos entrecerrados el ángulo de tiro, el hueco que le deja la barrera, la luz que atisba entre la pierna derecha del recio mediovolante de la visita y la pata de portland de la maceta grandota del culantrillo. Un solo grito en el estadio: Miguel, Miguel. El público de pie ante ésta, la última oportunidad del Racing Club cuando sólo faltan dos minutos para que finalice el match. Habrá que apurarse antes de que vuelva a adelantarse la barrera o el Negro insista en morder la pelota y hacerla cagar como el otro día que la pinchó el muy boludo. Sonó el silbato. Habrá que pegarle de chanfle interno. La cara interna del pie diestro de Miguel Tornino, el pibe de las inferiores debutante hoy le dará al balón casi de costado, tal vez de abajo, con no mucha fuerza pero sí con satánica precisión para que ese fulbo describa una rara comba sobre la cabeza de los asombrados defensores, sobre el despeinado pirincho del helecho de la segunda maceta y se cuele entre el travesaño, el poste, el postrer manotazo de la lata de aceite Cocinero que se ha lucido hasta el momento. ¡Tiró Tornino…! y… se hizo mimbre en el aire el arquero ante el latigazo insólito de curva inesperada y con la punta de los dos dedos allá voló la lata a la mierda, carajo que ladra el Negro, sí mamá… sí la guardo… está bien… pero mirá vos cómo la viene a sacar este guacho.

jueves, 2 de julio de 2009

65ª Historia Asesina - “Mediocridad”

“No quiero ser mediocre”, me dijo y le dio otra pitada a su cigarrillo. Yo lo miré y me siguió hablando. Antes de pronunciar esa frase, no había dicho nada, no habíamos estado hablando, estábamos callados, el puerta de entrada de mi casa, mirando el cielo y con un poco de frío. Sin embargo, su brazo que pasaba por detrás de mi cuello y me abrazaba me daba un poco de calor.

No quiero ser un mediocre”, volvió a repetir y yo le pregunté por qué decía eso. “No sé. Pero a veces me siento así, un mediocre. Alguien con un trabajo de mierda, que todavía no pudo terminar la secundaria, que lo único que tiene para ser feliz en la vida es un partido de fútbol por fin de semana y una novia que es menor que yo”. Enseguida me sentí ofendida, pero él pareció darse cuenta de eso y aclaró que no era despectivamente la manera en que lo había dicho, si no que le parecía poco eso.

Todo el mundo me dice que soy una persona divertida y por sobre todo, dura. Dicen que nadie me vio enojado o triste, y es cierto. Pero no es porque nunca esté triste o enojado, simplemente me gusta guardarme todos esos sentimientos”. Y era verdad, sólo una vez lo vi llorar y fue una vez que habíamos discutido tan fuertemente que me agarró de un brazo, me sacudió y me empujó. Enseguida cuando se dio cuenta de que me había hecho daño me suplicó de rodillas que lo perdonara, pero yo no le hablé por casi dos semanas. Ezequiel no era una persona sensible ni mucho menos. Era machista, fumaba, era muy alcohólico y las malas lenguas decían que en alguna época se drogaba, aunque yo nunca se lo pregunté porque pensé que sólo eran calumnias, aunque en el fondo sabía que era porque no quería confirmar aquél viejo rumor. A veces uno se quiere proteger de la realidad, ignorándola completamente.

¿Para qué venimos a este mundo? Para rompernos el orto estudiando para después conseguir un laburo en el que tenemos que rompernos el orto también para juntar plata y vivir y después tener una jubilación de mierda y morirte de viejo, cagado de hambre o cagado a golpes porque un chorro te saca la poca guita que ganás. Es una mierda, es un sistema de mierda este el de la vida, hay que romperse el orto para llegar más o menos bien al último día de tu vida”. Decía eso y yo pensaba que tenía razón. Era una adolescente muy influenciable, y si en ese momento él hubiera dicho que la tierra era el centro del sistema solar, a pesar de saber la teoría de Galileo de memoria, me lo hubiera creído completamente.

No cambia en nada que yo me muera ahora o dentro de cincuenta años. Porque al fin y al cabo si me muero ahora, me llorarán un poco, sí, y después seguirán todos con sus vidas y chau. Después todos esos que me lloraron se mueren y listo, ya está, desaparecí del planeta Tierra, como si yo nunca hubiera existido.” Su nihilismo me impresionaba y me aterraba a la vez pensar que lo que él decía fuera verdad. Por eso supongo que me empecinaba en pensar en el aquí y ahora, para no sentirme mal por el aparente sinsentido de la vida.

No pasaba muy seguido que él se pusiera en su etapa de filosofía barata pero sin zapatos de goma. Pero a mí me encantaba más que nada esa fase suya y lo admiraba. La diferencia de edad que teníamos hacía que él me parezca mucho más sabio que yo, y eso era porque creía que tenía más experiencia que yo, sólo porque había vivido seis años más que yo. Mucho tiempo después me di cuenta de que no era así, pero igual me gustó creerlo.

Y después se va el mundo al carajo, y listo. ¿Para qué mierda vinimos a este mundo? Si total la vida termina y todo termina… Al menos que sea verdad ese verso de paraíso y tenemos otra vida allá, pero entonces, ¿para qué mierda venimos al mundo? Para eso que nos manden allá de una. O suicidémosnos todos ahora”. A veces se iba a extremos impensados, pero me encantaba escucharlo. Cuando se le terminaba el cigarrillo, siempre terminaba diciendo lo mismo: “por eso no quiero ser mediocre. Para que me reconozca el mundo después cuando me muera. Igual también es al pedo porque si se acaba el mundo, no va a haber mundo que te pueda reconocer igual.”

En ese momento sentía muchas ganas de aferrarme a él, en parte porque quería que me besara y además que se callara y dejara ese nihilismo que me daba mucho miedo. Entonces lo besaba pensando en esas palabras horribles de que veníamos a vivir al pedo a este mundo, y pensaba que esa sería la última vez que lo besaría. Lo besaba tan apasionadamente que enseguida terminábamos encerrándonos en mi pieza con llave e intentando que mi vieja no se diera cuenta, nos desnudábamos y nos entregábamos el uno con el otro hasta agotarnos y terminar sudados, cansados pero también extasiados.

Entonces yo le decía que por lo menos en ese instante ambos teníamos un sentido en la vida, que era estar él uno con el otro. Cada vez que le decía eso, Ezequiel hacía lo mismo, me sonreía, me daba un beso en la frente, como si lo que hubiera dicho fuera una inocentada de niña chiquita, y me decía que tenía razón, aunque los dos sabíamos que mentía. Entonces se olvidaba de todo lo que decía antes, me contaba que el sábado jugaban contra los de Temperley, y que la vez pasada habían terminado recalientes por el empate sobre la ahora. Y después me decía que en el laburo lo seguían explotando, pero que el patrón se negaba a darle aumento y menos a blanquearlo. De repente se sumía en el mundo cotidiano y su nihilismo se iba por el caño. Sabía que a mí me daba miedo hablar de esas cosas, y yo creo que a él también y entonces se dejaba llevar.

A la noche, cuando se iba, y yo lo acompañaba a la parada del colectivo, se persignaba frente a una imagen de la Virgen María que estaba en una casa puesta en forma de santuario improvisado. Al final, sí, le daba miedo pensar en la muerte, a pesar de que siempre se lo veía tan despreocupado, tan rebelde y tan insensible. Supongo que eso nos pasa a todos, el miedo a lo desconocido, por eso nos da tanto miedo tanto vivir como morir, porque ambos son fenómenos desconocidos.

No voy a ser mediocre”, repetía como loro. Y eso significaba que el no quería ser mediocre y que él quería ser inmortal. Y entonces, yo le decía que no sería mediocre, para alentarlo. Aunque, por dentro, sentía que todos los éramos. Y como la muerte, no lo podemos evitar.

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Historias Asesinas para Matar el Tiempo by Félix Alejandro Lencinas is licensed under a Creative Commons Atribución-No Comercial 2.5 Argentina License.