sábado, 31 de octubre de 2009

74ª Historia Asesina - “Panadero”

Mira a un lado, mira al otro muy disimuladamente. La persona más cercana está mirando por la ventana y parece que no le presta atención. Aprovecha y se acerca la mano a la nariz, pero en ese momento parece que lo va a mirar y entonces se rasca el tabique como desviando la atención. Sin embargo el de al lado sigue mirando pasar árboles, casas, edificios, autos desde lo alto por la obvia elevación del transporte en que se encuentran. Aprovecha nuevamente que el de al lado sigue concentrado en el constante movimiento del exterior. Entonces frunce su boca para dejar que los hoyos nasales se estiren y permitan la entrada del dedo índice que como una pala rápidamente quiere sacar la pelotita de mocos sólida que allí reside. En el primer intento, logra tocarlo, pero el dedo no entra lo suficiente para poder sacarlo. Como el intento falla, rápidamente quita el dedo, porque probablemente el otro puede darse vuelta y ver la horrible tarea en que se encuentra. El enemigo parece estar más aferrado de lo que parece, así que la próxima vez habrá que ser más agresivos. El acompañante parece seguir concentrado en lo suyo así que puede intentarlo de vuelta. Rápidamente arremete contra el enemigo verde, pero éste no se dejará vencer tan fácilmente. Esta vez se ha adherido a algunos vellos nasales y cuando tira duele. Esto lo detiene y una vez más obliga a descender la mano para disimular. Esta vez tiene que juntarse de coraje porque sabe que le dolerá esa depilación involuntaria que será quitarse el moco. Podría dejarlo, pero le molesta y no puede respirar bien por la nariz, tiene que hacer algo y urgente. Una vez más revisa que su compañero no esté viéndolo, y nota que se durmió, así que es la oportunidad perfecta. Esta vez el dedo arremeterá sin compasión. Se mete en el orificio toma el moco con la uña y tira. Le duele, pero sigue tirando con más fuerza y duele más y los vellos se desprenden con el moco finalmente. Solloza un poco por lo bajo y le lagrimean los ojos, pero lo ha logrado. Mira su dedo índice y a la maldita mucosidad sólida. Vuelve a mirar al de lado que ni se percato de lo ocurrido, hace una bolita con la ayuda del pulgar y quita los restos de mucosidad de la uña. Con más sigilo, pone la mano debajo del asiento y con los dedos pega el moco para deshacerse de él. Por fin disfruta de unas vías respiratorias nasales libres y por las cuales el aire pasa libremente. Se acomoda y hace como que nada pasó. Eso sí, apenas llegue a casa, se lavará la mano. Y evitará que la mano haga contacto con otra persona. Pero lo difícil, ya pasó, ya sacó el pan del horno.

miércoles, 28 de octubre de 2009

73ª Historia Asesina - “Labios rojos”

A la que comparte esos vasos vacíos conmigo.

—Ma, mañana a la tarde viene Alexis a tomar mates —dijo la quinceañera Laura a su mamá.
—Bueno, dale, no hay problema —respondió ella.

Alexis se había vuelto un tema recurrente de conversación en la familia. Laura lo nombraba a menudo, junto con sus relatos sobre María y Silvia, sus mejores amigas. De hecho, no era la primera vez que Alexis se aparecía por la casa de la familia Arenas, aunque había una pequeña novedad: Alexis venía solo sin María y Silvia como había sido todas las otras veces.

La primera vez que apareció en aquella casa fue un fin de semana de octubre con la excusa de hacer un trabajo para el colegio en el que compartían curso y clases. Desde entonces el joven Alexis se había hecho una visita frecuente, pero siempre con María y Silvia haciendo compañía.

Cerca de las tres y media de la tarde apareció el joven Alexis en la casa de los Arenas. Alexis era un muchachito simple, menudo y sobretodo tímido. No emitía palabras a menos de que fuera totalmente necesario, y siempre se refería a los padres de Laura tratándolos de usted, a pesar de que había bastante confianza para el tuteo. Cuando Alexis entró a la casa con la compañía de Laura, mamá Arenas terminaba de limpiar los platos del almuerzo mientras que papá Arenas miraba fútbol por televisión pública gracias a la novedosa idea del gobierno de turno para poner propaganda oficial con llegada masiva. Papá Arenas bromeó con la visita sobre respectivos desempeños de los clubes de los que cada uno era hincha, mientras Laura los miraba a ambos pensando que a los hombres lo único que les importa es ese deporte burdo y torpe que era el fútbol.

Enseguida apareció mamá Arenas, saludó a la visita y le preguntó por su familia, como hacía casi de rutina cada vez que llegaba alguna amistad de su hija. Alexis, como siempre, rápidamente enumeraba en qué se encontraba cada miembro de su familia hasta el último momento en que los vio y ahí terminaba la conversación. Entonces Alexis y Laura se fueron a la habitación de ella con el equipo de mate.

—Mmm… ¿No te parece sospechoso? —dijo Papá Arenas.
—¿Qué cosa? —respondió Mamá Arenas.
—Estos dos chicos… Están muy pegados, muy juntos últimamente… ¿Tienen la puerta cerrada? Les voy a decir que la abran…
—¡¿Te podés calmar, querés?! Son amigos…
—Sí, más vale que sean amigos, ella es muy chica para esas cosas…
—Tiene quince años, no es una nena ya. Igual no creo que esté interesada en esas cosas todavía.
—¡Dejate de joder, viejo! Yo di mi primer beso a los 13. Lo más probable es que ya lo haya dado ella también. ¿Además a qué edad diste tu primero beso o tuviste tu primera novia?
—¡A los 14! Pero no iba a la casa de ella a encerrarme en su pieza… ¿Te imaginarás lo que pueden llegar a hacer?
—No van a hacer nada.
—Sí, yo puedo imaginar todo lo que pueden hacer. Ahora me van a ver…
—¡No están en nada! Son amigos.
—Yo te puedo probar que no son amigos.
—Quedate ahí, no hagas ninguna locura.
—No me tengo que mover de acá.
—¿Y cómo lo vas a comprobar entonces?
—Mirales los labios.
—¿Los labios?
—Sí. Entre tanto intercambio de saliva, de exhalaciones, de mordidas y esas cosas los labios terminan paspados y rojos. ¿Nunca te pasó? ¿No te acordás de nosotros cuando nos conocimos a los 20? Me dejaste los labios hechos pelota.
—Sí, me acuerdo. Pero vos también a mí, no te quejes.
—Bueno, pero a mi se me notaba más… Mi vieja me preguntó qué me había pasado y no cabía la excusa del frío, porque estábamos en pleno verano.

—¿No le dijiste a tus viejos que estamos de novios, no? —dijo Laura.
—Sí, ya le dije —respondió Alexis.
—¿Le dijiste? ¿En serio?
—Y sí, me preguntaba por qué venía tanto a tu casa y para que no me joda más le dije que estábamos de novios. Eso.
—Ay, ¿y qué dijo ella?
—Nada, me felicitó, dijo que estaba bien, que eras una chica linda y buena, y eso, más o menos. ¿Vos no le dijiste nada a tus viejos, no?
—Y, no. Vos sabés que no es tan fácil porque soy mujer y porque mi viejo es un hincha pelota.
—Igual si nos quedamos acá no pasa nada, ¿no?
—No, mis viejos no joden… Pero seamos disimulados…
—¿Entonces te tengo que besar despacito?
—No sé, eso se ve. Vení.

—Llamala a Laura, mandala a comprar algo, no sé —dijo Papá Arenas—. Mirales bien los labios a los dos. Fijate cómo los tienen ahora y después cuando vuelvan o cuando él se vaya.

Laura y Alexis fueron hasta el negocio de artículos de limpieza a comprar una lavandina. “Raro, ¿no había comprado una ayer?”, pensó Laura. De todas formas no importaba, e iba por la calle tomada de la mano con Alexis. Cuando había que esperar a un semáforo para cruzar, se paraban en la esquina, se miraban y se besaban esperando a que aparezca la luz blanca con el hombrecito caminando para poder cruzar. Más besos en pequeños intervalos se daban mientras esperaban en la tienda a ser atendidos. De regreso a casa se pararon dos cuadras antes de llegar al destino, se abrazaron y besaron apasionadamente recorriendo todos sus labios, sus dientes, sus lenguas, respirando enviciado aire que compartían, ahogándose a besos. Finalmente cuando volvieron a la casa se separaron y cambiaron a la modalidad de amigos, evitando cualquier atisbo de amor en sus caras, aunque cuando ni mamá ni papá Arenas miraban, se miraban a los ojos, sonreían y leían en sus labios del otro lo que no era pronunciado con palabras.

—¿Les viste los labios? —preguntó papá Arenas— ¿Te fijaste?
—Sí, tenés razón, los tenían colorados.
—Seguro que se estuvieron besando todo el camino y por eso les quedaron los labios así. Podrán disimular todo lo demás, pero las marcas de los besos son indisimulables.
—Tenías razón al final… ¿Y qué vas a hacer?
—Nada.
—¿Nada?
—Y no… ¿Te acordás cuando fui a tu casa y no me habías presentado como tu novio? Que nos buscábamos en los rincones, para darnos besos furtivos. Cuando comíamos todos juntos y nos mirábamos y me sonreías con complicidad… Esa vez fue cuando me dejaste los labios paspados.
—¿Me vas a decir que no fue lindo? Fue hermoso…
—No lo niego, fue hermoso.
—Así que bueno… Dejemos que se partan los labios, total.
—Sos un tierno. Te voy a partir los labios como a los 20.
—Eso quiero verlo.

—¿Vos creés que tus viejos no se dieron cuenta?
—Nah, no pasa nada. Mi viejo cree que aun tengo 8 años.
—Ah, bueno… Che, ¿hace calor, no?
—Sí, bastante.
—Y me dejaste los labios paspados de tantos besos… ¿Qué voy a decir? No tengo como excusa el frío.
—No te quejes, porque bien que te gustó, ¿eh?.
—Lo sé, ja. Che, ¿notaste algo?
—¿Qué cosa?
—Tu viejo también tiene los labios paspados.
—Sí, pero a él siempre se le paspan porque tiene los labios sensibles. No lo veo dándose besos con mi vieja.
—¿No? Pensé que sí.
—Y sí lo hace no me quiero enterar.
—Bueno, ellos fueron jóvenes. Che, me duele un poco.
—¡Sos un maricón! No te voy a dar más besos entonces.
—¡Es una broma!
—Lo sé, tonto, ¡te amo!
—Yo también te amo.

lunes, 19 de octubre de 2009

72ª Historia Asesina - “No se culpe a nadie”

Esta genial tira de Liniers obviamente me hizo leer este gran cuento del señor Julio Cortázar. Julio Cortázar se inspiraEl frío complica siempre las cosas, en verano se está tan cerca del mundo, tan piel contra piel, pero ahora a las seis y media su mujer lo espera en una tienda para elegir un regalo de casamiento, ya es tarde y se da cuenta de que hace fresco, hay que ponerse el pulóver azul, cualquier cosa que vaya bien con el traje gris, el otoño es un ponerse y sacarse pulóveres, irse encerrando, alejando. Sin ganas silba un tango mientras se aparta de la ventana abierta, busca el pulóver en el armario y empieza a ponérselo delante del espejo. No es fácil, a lo mejor por culpa de la camisa que se adhiere a la lana del pulóver, pero le cuesta hacer pasar el brazo, poco a poco va avanzando la mano hasta que al fin asoma un dedo fuera del puño de lana azul, pero a la luz del atardecer el dedo tiene un aire como de arrugado y metido para adentro, con una uña negra terminada en punta. De un tirón se arranca la manga del pulóver y se mira la mano como si no fuese suya, pero ahora que está fuera del pulóver se ve que es su mano de siempre y él la deja caer al extremo del brazo flojo y se le ocurre que lo mejor será meter el otro brazo en la otra manga a ver si así resulta más sencillo. Parecería que no lo es porque apenas la lana del pulóver se ha pegado otra vez a la tela de la camisa, la falta de costumbre de empezar por la otra manga dificulta todavía más la operación, y aunque se ha puesto a silbar de nuevo para distraerse siente que la mano avanza apenas y que sin alguna maniobra complementaria no conseguirá hacerla llegar nunca a la salida. Mejor todo al mismo tiempo, agachar la cabeza para calzarla a la altura del cuello del pulóver a la vez que mete el brazo libre en la otra manga enderezándola y tirando simultáneamente con los dos brazos y el cuello. En la repentina penumbra azul que lo envuelve parece absurdo seguir silbando, empieza a sentir como un calor en la cara aunque parte de la cabeza ya debería estar afuera, pero la frente y toda la cara siguen cubiertas y las manos andan apenas por la mitad de las mangas. por más que tira nada sale afuera y ahora se le ocurre pensar que a lo mejor se ha equivocado en esa especie de cólera irónica con que reanudó la tarea, y que ha hecho la tontería de meter la cabeza en una de las mangas y una mano en el cuello del pulóver. Si fuese así su mano tendría que salir fácilmente pero aunque tira con todas sus fuerzas no logra hacer avanzar ninguna de las dos manos aunque en cambio parecería que la cabeza está a punto de abrirse paso porque la lana azul le aprieta ahora con una fuerza casi irritante la nariz y la boca, lo sofoca más de lo que hubiera podido imaginarse, obligándolo a respirar profundamente mientras la lana se va humedeciendo contra la boca, probablemente desteñirá y le manchará la cara de azul. Por suerte en ese mismo momento su mano derecha asoma al aire al frío de afuera, por lo menos ya hay una afuera aunque la otra siga apresada en la manga, quizá era cierto que su mano derecha estaba metida en el cuello del pulóver por eso lo que él creía el cuello le está apretando de esa manera la cara sofocándolo cada vez más, y en cambio la mano ha podido salir fácilmente. De todos modos y para estar seguro lo único que puede hacer es seguir abriéndose paso respirando a fondo y dejando escapar el aire poco a poco, aunque sea absurdo porque nada le impide respirar perfectamente salvo que el aire que traga está mezclado con pelusas de lana del cuello o de la manga del pulóver, y además hay el gusto del pulóver, ese gusto azul de la lana que le debe estar manchando la cara ahora que la humedad del aliento se mezcla cada vez más con la lana, y aunque no puede verlo porque si abre los ojos las pestañas tropiezan dolorosamente con la lana, está seguro de que el azul le va envolviendo la boca mojada, los agujeros de la nariz, le gana las mejillas, y todo eso lo va llenando de ansiedad y quisiera terminar de ponerse de una vez el pulóver sin contar que debe ser tarde y su mujer estará impacientándose en la puerta de la tienda. Se dice que lo más sensato es concentrar la atención en su mano derecha, porque esa mano por fuera del pulóver está en contacto con el aire frío de la habitación es como un anuncio de que ya falta poco y además puede ayudarlo, ir subiendo por la espalda hasta aferrar el borde inferior del pulóver con ese movimiento clásico que ayuda a ponerse cualquier pulóver tirando enérgicamente hacia abajo. Lo malo es que aunque la mano palpa la espalda buscando el borde de lana, parecería que el pulóver ha quedado completamente arrollado cerca del cuello y lo único que encuentra la mano es la camisa cada vez más arrugada y hasta salida en parte del pantalón, y de poco sirve traer la mano y querer tirar de la delantera del pulóver porque sobre el pecho no se siente más que la camisa, el pulóver debe haber pasado apenas por los hombros y estará ahí arrollado y tenso como si él tuviera los hombros demasiado anchos para ese pulóver lo que en definitiva prueba que realmente se ha equivocado y ha metido una mano en el cuello y la otra en una manga, con lo cual la distancia que va del cuello a una de las mangas es exactamente la mitad de la que va de una manga a otra, y eso explica que él tenga la cabeza un poco ladeada a la izquierda, del lado donde la mano sigue prisionera en la manga, si es la manga, y que en cambio su mano derecha que ya está afuera se mueva con toda libertad en el aire aunque no consiga hacer bajar el pulóver que sigue como arrollado en lo alto de su cuerpo. Irónicamente se le ocurre que si hubiera una silla cerca podría descansar y respirar mejor hasta ponerse del todo el pulóver, pero ha perdido la orientación después de haber girado tantas veces con esa especie de gimnasia eufórica que inicia siempre la colocación de una prenda de ropa y que tiene algo de paso de baile disimulado, que nadie puede reprochar porque responde a una finalidad utilitaria y no a culpables tendencias coreográficas. En el fondo la verdadera solución sería sacarse el pulóver puesto que no ha podido ponérselo, y comprobar la entrada correcta de cada mano en las mangas y de la cabeza en el cuello, pero la mano derecha desordenadamente sigue yendo y viniendo como si ya fuera ridículo renunciar a esa altura de las cosas, y en algún momento hasta obedece y sube a la altura de la cabeza y tira hacia arriba sin que él comprenda a tiempo que el pulóver se le ha pegado en la cara con esa gomosidad húmeda del aliento mezclado con el azul de la lana, y cuando la mano tira hacia arriba es un dolor como si le desgarraran las orejas y quisieran arrancarle las pestañas. Entonces más despacio, entonces hay que utilizar la mano metida en la manga izquierda, si es la manga y no el cuello, y para eso con la mano derecha ayudar a la mano izquierda para que pueda avanzar por la manga o retroceder y zafarse, aunque es casi imposible coordinar los movimientos de las dos manos, como si la mano izquierda fuese una rata metida en una jaula y desde afuera otra rata quisiera ayudarla a escaparse, a menos que en vez de ayudarla la esté mordiendo porque de golpe le duele la mano prisionera y a la vez la otra mano se hinca con todas sus fuerzas en eso que debe ser su mano y que le duele, le duele a tal punto que renuncia a quitarse el pulóver, prefiere intentar un último esfuerzo para sacar la cabeza fuera del cuello y la rata izquierda fuera de la jaula y lo intenta luchando con todo el cuerpo, echándose hacia adelante y hacia atrás, girando en medio de la habitación, si es que está en el medio porque ahora alcanza a pensar que la ventana ha quedado abierta y que es peligroso seguir girando a ciegas, prefiere detenerse aunque su mano derecha siga yendo y viniendo sin ocuparse del pulóver, aunque su mano izquierda le duela cada vez más como si tuviera los dedos mordidos o quemados, y sin embargo esa mano le obedece, contrayendo poco a poco los dedos lacerados alcanza a aferrar a través de la manga el borde del pulóver arrollado en el hombro, tira hacia abajo casi sin fuerza, le duele demasiado y haría falta que la mano derecha ayudara en vez de trepar o bajar inútilmente por las piernas en vez de pellizcarle el muslo como lo está haciendo, arañándolo y pellizcándolo a través de la ropa sin que pueda impedírselo porque toda su voluntad acaba en la mano izquierda, quizá ha caído de rodillas y se siente como colgado de la mano izquierda que tira una vez más del pulóver y de golpe es el frío en las cejas y en la frente, en los ojos, absurdamente no quiere abrir los ojos pero sabe que ha salido fuera, esa materia fría, esa delicia es el aire libre, y no quiere abrir los ojos y espera un segundo, dos segundos, se deja vivir en un tiempo frío y diferente, el tiempo de fuera del pulóver, está de rodillas y es hermoso estar así hasta que poco a poco agradecidamente entreabre los ojos libres de la baba azul de la lana de adentro, entreabre los ojos y ve las cinco uñas negras suspendidas apuntando a sus ojos, vibrando en el aire antes de saltar contra sus ojos, y tiene el tiempo de bajar los párpados y echarse atrás cubriéndose con la mano izquierda que es su mano, que es todo lo que le queda para que lo defienda desde dentro de la manga, para que tire hacia arriba el cuello del pulóver y la baba azul le envuelva otra vez la cara mientras se endereza para huir a otra parte, para llegar por fin a alguna parte sin mano y sin pulóver, donde solamente haya un aire fragoroso que lo envuelva y lo acompañe y lo acaricie y doce pisos.

Creative Commons License
Historias Asesinas para Matar el Tiempo by Félix Alejandro Lencinas is licensed under a Creative Commons Atribución-No Comercial 2.5 Argentina License.