jueves, 21 de febrero de 2008

32ª Historia Asesina - "Dante y la Mujer de sus sueños"

Fragmento de una novela que se encuentra en desarrollo.

"Dante y la Mujer de sus sueños"

A la mañana siguiente, Dante se levantó bien temprano. Aunque no tanto, Fausto ya estaba levantado, concentrado en sus labores diarias, cociendo el pan que comerían todos más tarde.
Fue hasta la orilla del río Ignaset. El agua estaba clara, por las lluvias recientes, y reflejaba con mucha fuerza la luz del sol mañanero. Se sentó al pie del árbol y lo contempló. Luego se acercó y bebió un poco del agua pura que emanaba de la cuenca, y después se mojó un poco la cara. Volvió a sentarse.
Esta vez no trajo la espada consigo. Ni siquiera la armadura. Se sentía raro sin ellos, luego de haber viajado tanto y con tantos peligros alrededor. Sin embargo, se sentía protegido ahí.
"Es una especie de falta de respeto llevar un arma sólo para defensa", le había dicho Lucelia unos días antes, "pues aquí nadie va a lastimarte. Es una especie de desconfíanza hacia el resto". Quizás por eso no llevaba sus atavios de siempre.
Miró una vez más al río. Recordó que una vez más soño con su mujer, la de sus sueños. Ya a esta altura era suya, aunque no fuese real. Esa noche la había soñado acercándose a él, mientras el dormía, a la cama y se acostaba con él y dormían ambos abrazados. Luego él abría los ojos y la besaba y luego se dormían una vez más, diciéndose cosas lindas bajo las sábanas.

"No puede ser esto", pensó, "no puedo estar enamorado de alguien que no conozco". Pero así lo era. Amaba a alguien que nunca en su vida había visto. Conocía a muchas mujeres, Lucrecia, Nadira, Lucelia, pero en ninguna de ellas que vio tenía algo que pudiera decir: "se parece a ella". La mujer de su sueño era única.
En todo ese tiempo habían cruzado algunas palabras y sólo en sueños. Apenas conocía la silueta de ella, esa imagen que le daba la pantalla de su sueño. Pero quién sabía si lo que veía era lo real, si esa mujer que veía era real. Era como conocer a alguien a la distancia, como si sólo se envíaran pequeños mensajes entre sí cada tanto. Pero no había contacto real, no había contacto humano.
Pero la amaba. No le importaba lo que dijera Lucelia o cualquier otra persona de si era real o no esa mujer. Él la amaba, y estaba dispuesto a arriesgarse a lo que ella fuera, fuese eso malo o bueno. Era un hombre enamorado, y daría todo como ese gran caballero y general que era por su amada.

2 ya han matado el tiempo:

Fidelino dijo...

Muy buenas historias, te felicito por el blog lo agrego al link del mio es muy interesante y son muy buenos los cuentos...

Félix dijo...

Bueno, gracias, che...

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Historias Asesinas para Matar el Tiempo by Félix Alejandro Lencinas is licensed under a Creative Commons Atribución-No Comercial 2.5 Argentina License.