sábado, 3 de julio de 2010

79ª Historia Asesina - “La loca”

La loca” de Sabryna Cortéz

“Esperando allí nomás, 
en el camino, 
la bella señora está desencarnada. 
Cuando la noche es más oscura 
se viene el día en tu corazón.”

Juguetes Perdidos, Patricio Rey y sus redonditos de Ricota

—¿Seguimos el camino de la loca? —preguntó impaciente.

Ya la primera vez que fui al bar, la mina bailaba desaforada 'Juguetes' y parecía que la estuviese escribiendo con el cuerpo.

De la loca no me olvido. Su look era característico e invariable: jean, Toppers de lona (como cualquier rollinga… ¡Qué feos esos prejuicios!) y sus camisetas futboleras que variaban sábado a sábado: una de la Selección, una de River, la misma de la Selección, la de River, Selección, River, y así.

—¿Seguimos el camino de la loca? —pregunto insistente.

—¿Querés bailar arriba de la mesa todos los sábados?

—No tonto ¡Dale! ¿Seguimos el camino de la loca? —insistía.

Bailaba como ninguna. Todo empezaba seguramente por una birra o un fernet. La Taba le invitaba uno de menta y casi siempre el Vago de la Guerra le ofrecía unos tragos de su cerveza comunitaria. “—La cerveza es un ritual hermana, es como la pipa de la paz, traeme a mi peor enemigo, que si me pide un trago, no se lo puedo negar... ¡Que no puedo te digo!”

Entonces, la loca vibraba, su cuerpo empezaba a temblar al ritmo de los permanentes Redondos que salían a borbotones de los parlantes a los cuales la loca adoraba cada vez que subía a la mesa. Se sentía observada, preciosa, admirada, se sentía una loca irremediable, pero tan feliz que daba envidia.

—¿Seguimos el camino de la loca?

—¿El fernet te hizo mal?

—No, simplemente tengo las palabras que dijo tan grabadas...

De esa noche tampoco me olvido. Los excesos se metían por cada uno de los rincones del bar. Un bar ántrico que pocos conocían y esos pocos disfrutaban cada noche como la última de sus vidas. Los Redondos sonaban como cada noche.

A la derecha el metegol yacía solitario y sin jugadores y en las paredes el Diego, Pilusso y Coquito pasaban desapercibidos con sus miradas lejanas entre budas, velas blancas y sahumerios. Frío, por lo general hacía frío aunque el hogar a la izquierda hacía lo que podía y el calor humano que era poco se propagaba en los vidrios empañados y en la cerveza que transpiraba de calor. Yo me peleaba al fondo, en la barra por la coincidencia de los dados que prometían regalarme una birra en el caso de que los números que salieran de mi boca se repitieran en los blancos dados. Un juego de azar, como el azar de cada noche en ese bar.

—¡O seguimos el camino de la loca o nos vamos al Bolsón! —lo amenazó y no creyó ni ella en sus palabras.

—Vamos —respondió irónicamente.

Al lado de la foto más interesante de Pilusso y Coquito, dos trastornados impregnados en licor de menta, tocaban el mismo repertorio triste de cada fin de semana. Tristeza. Abundaba. Era una gota que rebalsaba el vaso hacía rato. Ese invierno había nacido para llorar. En medio del triste cancionero se hacía lo posible para no caer.

El infierno estaba demasiado cerca.

—Flaca, convidame un pucho —impuso con los ojos brillosos y una sonrisa orejuda—. Con el frío que hace necesito calentarme un poco por dentro.

Solo pude alcanzarle un pucho y se escucharon los dados que cayeron de mi mano, repicar sobre la barra. De fondo empezaba 'Juguetes' y el ambiente se transformaba.

—¡Luzca el sol o no!- me grito en el oído agradeciéndome el pucho con los ojos en el y la misma sonrisa orejuda y dijo sabiamente:

—Mi viejo no estaría de acuerdo con esta vida que llevo... pero mirá esta sonrisa, es irresistible...

Se le llenaron los ojos de lágrimas alegres. Volvió a agradecer el pucho y saltó sobre una mesa a bailar como nunca antes, o como todos los sábados.

—¿Seguimos el camino de la loca? —preguntó desilusionada al aire.

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Historias Asesinas para Matar el Tiempo by Félix Alejandro Lencinas is licensed under a Creative Commons Atribución-No Comercial 2.5 Argentina License.