viernes, 1 de agosto de 2008

46ª Historia Asesina - "Qué suerte que tiene la gente de que estas cosas, a mí solo nomás me pasen"

Qué suerte que tiene la gente de que estas cosas, a mí solo nomás me pasen. Porque no sabía cómo carajo llegar. El paro de subtes me iba a cagar la vida. Andar por la Capital, sin conocerla completamente y en colectivo, era una condena. Así que mejor me llevaba la Guía T para revisar qué colectivo podía tomar en medio del quilombo. Para empeorarla, encima llegaba tarde. Me retrasé como siempre, haciendo boludeces aquí y allá, pensando que tenía tiempo más que suficiente para llegar. Pero como dicen en la jerga televisiva, el tiempo es tirano y salí tarde porque no encontraba el cinto del pantalón por vestirme a las apuradas a último momento.

Me tomé el colectivo hasta Burzaco. Saqué el boleto ida-vuelta a Plaza Constitución y esperé el tren demasiado ansioso. Miraba mi reloj constantemente, como deseando que el tiempo se detuviera, para llegar a horario a mi destino, aunque sabía que eso era imposible.

El tren llegó a los cinco minutos y me subí. Me paré al lado de la puerta, y enseguida saqué del bolsillo interno de mi campera el reproductor de MP3 y me sumergí en la música de Árbol. Miraba de a momentos por la ventana, como el paisaje cambiaba en reversa. Y después contemplé como siempre hago, el pasaje que había en aquel tren.

No sé si subió en Adrogué o no, pero por esa estación fue más o menos que la vi. Su cabello negro y liso cubría sus orejas, su cara larga terminaba en un mentón perfecto. Sus labios estaban fruncidos, como aguantando algo y sus ojos color miel brillaban como el elemento al que el susodicho color hace comparación.

En un principio no le di demasiada importancia. Puse mi atención en otros elementos y personas del vagón o del paisaje móvil exterior. Pero en un vistazo al azar (o quizás no) la vi nuevamente y sus ojos parecían brillosos. Ella parecía llorar, por dentro, parecía ocultar algo, parecía querer gritar algo. Y sentí compasión, supongo, sentí lástima, quizás. Pero no pude quitarle la vista de encima. Bueno, al menos hasta que me miró y entonces traté de disimular mi vista en otra cosa. Cuando cambiaba su rango visual, la volvía a mirar. Me hice el boludo y saqué la Guía T del morral y busqué algún colectivo que me dejara en mi destino. Haciendo algunos calculos y teniendo en cuenta el recorrido de las distintas líneas de colectivo, decidí que al llegar a Constitución, me tomaría el colectivo de la línea 61.

Una vez resuelto el problema, guardé la Guía y levanté la vista. Ella me estaba mirando ahora y después desvió su mirada. Yo aproveché y la miré. Aun tenía su cara de tristeza, pero no era tan obvia. Cada vez que la miraba me parecía más hermosa, y su cara que gritaba tantas cosas me daba ganas de querer ayudarla, aunque me considerara un inútil.

Cuando pasamos por Remedios de Escalada, nuestras miradas se encontraban por milésimas de segundo y se rechazaban al saber que eran mutuas. Al principio pensé que quizás le molestaría que yo la mirara, pero sin embargo ella seguía mirándome. Antes de llegar a Lanus, cosa que me sorprendió mucho, ella también sacó una Guía T, una versión más vieja, y sacó un papel y también buscó un destino entre tanto trazado de número, letra, calle y avenida, digno de un gran tablero de batalla naval.

Por un momento me ilusioné, ¿y si va para el mismo lado que yo? Yo ya sabía cómo llegar, podría darle una mano. Y fue entonces cuando llegamos a Lanus. Un montón de gente se agolpó ante la puerta de salida. Y ella se mezcló entre todo el tumulto. Cuando bajaron todos, no la vi más y temí que se hubiera bajado en Lanus.

Luego de que se fue todo el tumulto, resulta que no, era que había conseguido un asiento y ahora me daba la espalda, es decir, que la ilusión seguía viva. Y yo ya me había hecho toda la película. Vi que abrió la Guía T y buscaba. Quería ver la dirección que tenía anotada en el papelito, pero no tenía los lentes puestos. Al final, me fui a sentar yo resignado de que no podía ver nada.

Saqué el libro de Fontanarrosa, y me puse a leer. El muy malvado me hizo cagar de risa con uno de sus relatos, "que Dios lo tenga en gloria", pensé con el modo vieja encendido. Luego la miré y ella seguía buscando. Era tan linda. Ahora no parecía triste, parecía que se había concentrado en el lugar al que tenía que ir. Quién sabe qué le habría hecho poner esa cara anteriormente.

Al final el tren llegó como a las tres y media a Plaza Constitución, y yo puteando porque sabía que llegaba tarde. Ella salió al lado mío, pero yo ya no podía perder más tiempo mirándola, así que me adelanté, y la perdí de vista. Por las dudas me fui hasta la boca del subte, quizás por ahí andaban. Al final unos policias, detrás de las rejas anunciaron que el paro seguía, así que me fui a tomar el colectivo.

Estaba confiado con la información que me dio la confiable Guía T. Así que me tomé el 61 por fin. Seguí el recorrido de la calle con la guía y miraba los carteles por fuera. Se cumplía todo al pie de la letra, pero no sé si en un momento yo perdí de vista la calle o no sé qué, que ya estaba lejos, muy lejos de mi destino. Me había equivocado de colectivo. Así que a las puteadas me bajé. Ya eran cuatro y cuarto, y la concha de su hermana, gritaba. Iba a llegar re tarde, y terminé como a quince cuadras de mi destino. Encima me puse esos zapatos de mierda que ni me dejaban correr porque me lastiman los talones.

La puta madre. Menos mal que el destino de esa mina y el mío no se compartieron. Mirá si terminaba corriendo al lado mío por mi culpa. Qué suerte que tuvo al final. Qué suerte que tiene la gente de que estas cosas, a mí solo nomás me pasen.

4 ya han matado el tiempo:

Anónimo dijo...

Si te tomabas el 42 te dejaba más cerca, tal vez el cuento tomaba mejor rumbo.

Félix dijo...

¿Vos decís?

Constancio dijo...

Mucho gusto

Anónimo dijo...

Félix: (o bien, hombrecito a unos cuántos kilómetros del estudio en el que estoy atrincherada)
pasé por tu blog casi por accidente. Me gusta pensar que las casualidades no existen, tanto por la historia que acabo de leer como por el hecho de que tengo un buen blog para digerir durante los findes en que me pudro de leer tanto papelerío boletero del comercial... ;)
Pintás las cosas de un modo muy particular. Me atrevo descaradamente a decirte que tenés un cinismo muy lindo! XD Espero seguir leyéndote. Y guarda, nunca se sabe cuándo nos encontraremos de nuevo a los que nos apuñalan con los ojos una tarde acelerada. Un abrazo.

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