sábado, 16 de mayo de 2009

“Historias Asesinas para Matar el Tiempo” – Asesinato número 60

En los confines de la eternidad, oculto entre mitos y leyendas, Cronos descansaba entre el olvido y la desidia de ser un simple dios descartado y en el que ya nadie tenía fe, pero que aún así, tenía en sus manos a los humanos que vivían bajo su influencia. Pero hubo una ocasión, un instante en que el dios volteó su cabeza y cuando volteó, vio lo que menos lo esperaba: notó que los seres humanos se habían extinguido. Se levantó de su asiento sorprendido y vio al mundo apagado, frío. El alguna vez radiante sol estaba apagado y había reventado en miles de esquirlas de hielo que flotaban en alguna parte de lo que alguna vez se había llamado Sistema Solar.

El mundo lucía frío y sus capas azules se tornaron blancas y frías. Había vida en pequeños microorganismos anaeróbicos que luchaban contra el frío, pero que no necesitaban de luz para alimentarse. Estas pequeñas formas de vida luchaban unas contra otras para tomar el dominio que el animal inteligente llamado humano había tenido sobre esa bola de hielo que alguna vez se llamo Tierra, Earth, Erde, Terre, Terra, Aarde, Aka pacha, Zemlja y otras idiomas que Cronos ya no recordaba. Cronos sabía que se había acabado todo. Hasta el mismo, porque el tiempo ya no existía, porque no había seres humanos que tuvieran tiempo. Quien le había dado vida había sido la raza humana.

Sin raza humana a quien poner bajo su influencia, Cronos vagó por el Universo en busca de un nuevo mundo que necesitara al tiempo. Buscó en miles de planetas, de galaxias, en nuevas formas de vida de otros lugares, pero parece que ya nadie necesitaba del tiempo. Que él ya era inútil en el Universo. Entonces regresó abatido a donde alguna vez hubieron seres que le dieron la importancia de ser más importante que el mismo Dios supremo que los había creado. El dios del tiempo decidió a él recurrir, al ser que todo lo había creado, para pedirle una nueva misión en el Universo para poner fin a su inutilidad. El Dios supremo que era bondadoso y perfecto, entendió la situación del tiempo y le dijo que sólo había una solución.

Le dijo que la única salida era morir él también y que ahí encontraría a las almas de los humanos que ya no estaban en ese mundo y en ese Universo. Pero él no podía morir. Había nacido inmortal, porque él era quien se encargaba de matar a las cosas cuando el quería, en el instante en que su reloj quisiera. No podía elegir el momento de su propia muerte, no podía suicidarse.

Pero el Dios supremo le hizo ver su error. Porque existía la eternidad, que lo superaba a él. El tiempo no podía superar a la eternidad, porque la eternidad duraría para siempre y el tiempo no es eterno, porque si así fuera los humanos y el sol aún existirían en el Universo. Además, dijo el Dios supremo, los humanos se han jurado amor para toda la eternidad. Que ellos ya no estén físicamente en este Universo no quiere decir que no estén sus sentimientos. Muchos han jurado amor, amistad, promesas, odios y rivalidades por el resto de la eternidad. Tu tarea, tiempo, no sólo ha sido dominarlos, también ha sido darles la capacidad de tener algo más allá de cuando el tiempo se les termine.

Ahí Cronos comprendió que su destino también era la muerte. Los sentimientos de los seres humanos estaban todos guardados en un libro de páginas infinitas, todos aquellos sentimientos que prometieron eternidad, estaban entre las hojas de aquel libro. Esa sería su muerte, le dijo el Dios supremo y comenzó a leer las páginas de aquel libro. Entre las páginas encontró millones de historias de seres humanos que revivían en aquel momento en que el Dios supremo los evocaba con su divina lectura y que superaron la muerte que les dio Cronos.

Cada historia hablaba de eternidad, de superar las barreras del tiempo y de la vida como la conocían. Cada mención de infinitud fue degradando al pobre Cronos, quien de a poco se fue sumiendo en la agonía. Antes de morir, Cronos le preguntó al Dios supremo por qué le había dado esa tarea y ese destino final. El Dios supremo respondió que a él también le tocaba el destino del resto de los humanos ya que al pertenecer a su raza tendría que también tener su destino y merecido descanso. Entonces Cronos respondió que estaba feliz por el papel que le había sido dado y que le estaría eternamente agradecido por estar a su lado. El Dios supremo sonrió, terminó de leer una de las tantas historias asesinas y en ese último instante, el tiempo murió.

El Dios supremo anotó en su libro infinito que llamó “Las historias asesinas que mataron al tiempo”, la nueva historia de Cronos, agradecido eternamente por su nueva tarea. Satisfecho por lo que había hecho, el Dios supremo dejó la pluma en su escritorio y se puso a leer un capítulo al azar. Este contaba de la historia de unos seres que habitaron un planeta llamado Tierra. Y en aquel momento, leídos por la lengua divina del Dios, todos revivieron una vez más, el Tiempo, los seres humanos, el Sol, y el planeta en el que habitaban.

“Esta vez voy a hacer unos cambios en el argumento”, dijo.

Y empezó una vez más a leer su libro favorito.

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Historias Asesinas para Matar el Tiempo by Félix Alejandro Lencinas is licensed under a Creative Commons Atribución-No Comercial 2.5 Argentina License.