miércoles, 11 de abril de 2007

5ª Historia Asesina - "¿Quién tiene la razón?"

"¿Quién tiene la razón?"

"Estaría en sexto o séptimo grado cuando, caminando por allí con mi amor no correspondido, comenzó a caer una suave garúa y a levantarse un viento proveniente del sur. Era septiembre o octubre por la tarde y le ofrecí mi campera verde brillante, que ella aceptó sonriendo levemente. En ese entonces, tomé su sonrisa como la conquista del Imperio Romano de Occidente y por ese momento pensé que Gardel era un poroto al lado mío. Ella era para mí lo sano, lo cristalino. Era todo hermosura y era todo lo que siempre
buscaba.
Hoy mismo la recuerdo así. Mezcla de inmaculada, hermosura y divinidad. Si bien nunca más caminamos juntos y Clarisa nunca me devolvió la
campera, pensé que había ganado por goleada y de visitante"

Fragmento de "Eran las seis de la mañana", de Mariano Ritterstein en
"Cuentos, como la gente"


Caminaba muy pasivamente bajo la lluvia. Era finita, apenas si mojaba sus cabellos, y sin embargo su mamá le había advertido de que llevara un paraguas. Pero no, el era terco y no le haría caso, pues odiaba llevar el maldito paraguas. Además no iba a llover, según sus propios fundamentos de adolescente que siempre cree tener la razón. Y si lloviera, ¿qué le iban a hacer unas gotitas de morondanga?
Y así nomás se fue y por eso ahora caminaba bajo el rocío mañanero. Llevaba su uniforme verde y gris que siempre llevaba, con el escudito que decía: "Colegio Juan Manuel de Rosas". Y bueh, parece que ahora cualquiera que aparezca en un billete puede tener su colegio.
Y llegó nomás al colegio, como siempre. Primera hora: Derechos Humanos y Ciudadanía (esas horas eran para él como un tortura que quebraba dichos derechos); segunda hora: Física (ese profesor es un capo, no nos da casi nada de tarea; tercera y cuarta hora: matemáticas (más aburrimiento) y quinta hora: Inglés (aburrimiento, pero en otro idioma ininteligible para él).
Luego del día escolar, salió hasta la parada del colectivo a esperar el ansiado transporte que lo devolvería sano y salvo a su casa. Y allí fue donde la vio: tan hermosa y bella como siempre, la chica del otro colegio de ahí a la vuelta. Una chica menudita, pero con una cara angelical, de la cual el se había enamorado hace rato, desde que la vio por primera vez. Y el otro detalle era que viajaban juntos en el colectivo, motivo por el cual viajaba estupidizado y perdido en ese bello rostro.
Nunca había antes conseguido cruzar una palabra, a excepción del día en que ella sacó el boleto antes que él y olvidó tomar el vuelto que le había entregado la máquina expendedora. Él, con mucha caballerosidad, fue a entregarle la monedita de diez centavos y ella agradeció con una sonrisa que él nunca olvido.
Mientras estaba perdido en ese recuerdo, un baldazo de agua fría lo volvió a la realidad. Bueno, para ser sincero, fueron un par de gotitas que empezaron a caer desde el cielo. Estaba lloviendo, en contra de todos esos pronosticos que él, meteorologo no profesional, había hecho.
Y empezó a garuar, pero luego se convirtieron esas gotitas en ráfagas frías e intensas de agua.
Y luego la vio abrazarse a sí misma, por el frío. Su frágil doncella estaba siendo golpeada por esas maliciosas gotas de agua fría. ¿Pero que podía hacer él para ayudarla?
No tuvo tiempo para pensar en eso, pues a otro chico se le ocurrió abrir su paraguas verde opaco para resguardarla. Ella le regaló una sonrisa como la que le había dado a él, pero no era para él.
Ella subió junto con ese chico del paraguas al colectivo y se sentaron juntos. Y él los miró charlar por unos momentos, pero luego no pudo más y no los quiso ver más.
Qué estúpido (pensó), si hubiera traído el paraguas...
Y llegó a su casa, dejando a la chica y al idiota del paraguas en el transporte. Y encima, en el camino a casa se empapó completamente.
Al verlo llegar su madre le dijo:
-¿Viste? Te dije que llevaras el paraguas, tonto.
Él la miró furioso, pero sabía que ella tenía razón. Si hubiera llevado el paraguas, la historia sería otra (quizá como la del epígrafe que leyó, pero que a la que nunca prestó atención).

1 ya han matado el tiempo:

Anónimo dijo...

Muy buena historia, pero si le preste atencion al epígrafe, y a su autor q, si mal no recuerdo fue tu profesor de Derecho y de Computación, y este año lo es de Economía

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Historias Asesinas para Matar el Tiempo by Félix Alejandro Lencinas is licensed under a Creative Commons Atribución-No Comercial 2.5 Argentina License.