martes, 25 de marzo de 2008

37ª Historia Asesina - "Un paseo en auto"

Las casualidades, las causalidades y las confusiones siempre existen

"Un paseo en auto"

"Cuántas veces yo pensé en volver
y decir que de mi amor nada cambió
pero mi silencio fue mayor
y en la distancia muero
día a día sin saberlo tú..."
Roberto y Erasmo Carlos


Iba pensando en la vida. Mis manos frías en esa noche de invierno tomaban control del volante. Las luces se abrían de par en par a medida que transitaba mi camino, y a medida que la oscuridad se iba ciñendo por arriba de mi cabeza y la de mi vehículo. La radio pasaba un tango reversionado por algún intérprete moderno. Un tango que me retrotrajo en el tiempo, al otrora cantado por otro y escuchado por mi abuelo durante las tardes soleadas en Floresta.
En uno de los respiros que me dio el tránsito adverso, en la calle Gualeguaychú, y a punto de meterme en Juan B. Justo, vi a aquella mujer que caminaba llevando consigo miles de recuerdos e ilusiones. Esa mujer que pensé que nunca volvería a ver.
En realidad nunca pensé que volvería a transitar esas calles.
Una vez más me encontré a mi mismo caminando, en un dejo involuntario de melancolía. Aunque igualmente las cosas ya no eran iguales ni mucho menos. Ya no era el mismo que fui. Ni tampoco en ese entonces.
Prendí un cigarrillo y abrí la ventana para dejar salir el humo, a pesar del frío. Y de Juan B. Justo pasé a Segurola y por ahí tenía planeado ir derecho a Rivadavia. En las vías del otro lado, pasó un auto rojo, un modelo de esos modernos pero que no reconocí por mi poca sabiduría en esos menesteres. Dos chicas, jóvenes y bonitas, pasaron junto a mí y me tocaron la bocina dos veces.
Fue raro. Me sentí entre raro y halagado, porque noté que fue una especie de saludo. O al menos tenía entendido que tenía ese significado y que fue a mí, porque no pasaba nadie más en ese momento y en ese lugar. Y así me encontré sonriendo. No pensé que les parecería atractivo a un par de mujeres. Quizás eso era pauta de que no todo estaba perdido. Y que a pesar de los recuerdos que me traía el dichoso lugar, tanto buenos como no tanto, quizás el volver no era un mal augurio.
Y puede ser. Porque cuando uno ve todo negro es mucho más fácil detectar la luz. Y se conforma con ver un pequeño haz para que lo salve.
Es más, pensé en pegar media vuelta y seguir a las mujeres. Quién sabe, a veces en la vida hay que pegar un volantazo para que cambien las cosas. Quizás devolverles la gentileza. Luego nos saludamos. Las conozco, y una de ellas me deslumbre y nos enamoremos, y nos conozcamos. Luego nos damos cuenta que nos amamos, y decidimos comprometernos, casarnos y ser felices. Y después vienen los hijos y los nietos... Y así, quizás finalmente sea feliz. Quién sabe... Hay que arriesgarse.

...

-¿Pero viste qué pelotudo ese chabón? ¡¿Quién le habrá enseñado a manejar?! -dijo la conductora del auto rojo.
-Pero vos también, ¿por qué no te tocaste la bocina? -le reclamó la acompañante.
-¡La apreté y no sonaba!
-¿Cómo que no?
-¡No! ¡No sonó!
-¿A ver?
La acompañante apreta la bocina dos veces, y suena, efectivamente, dos veces. Un auto gris, casualmente pasa por enfrente en ese momento.
-¿Ves que anda?
-Bueno, pero antes no andaba...

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Historias Asesinas para Matar el Tiempo by Félix Alejandro Lencinas is licensed under a Creative Commons Atribución-No Comercial 2.5 Argentina License.