jueves, 26 de marzo de 2009

54ª Historia Asesina - Vacíos lluviosos (3º parte)

(2º parte aquí)

Las vueltas a casa fueron desde entonces con los hombros livianos y con las manos secas. Me dediqué desde entonces a mirar el horrible paisaje de la ribera, pasando luego por Lanús, Remedios de Escalada, Banfield, Lomas de Zamora, Temperley, Almirante Brown, Burzaco y mi hogar, Claypole. La vida me parecía una mierda y no había manera de convencerme sobre eso y menos en ese colectivo a la 1 de la madrugada. Después de ver tanta miseria en los trenes con niños chiquitos pidiendo o haciendo malabares para juntar plata que quién sabe a dónde iba a parar. Después de ver como hay gente que no tiene respeto por las otras y es capaz de matar por un asiento en un transporte público. Después de tener que mentirle a un montón de pobre gente sobre la reparación del servicio eléctrico que sabe Dios nomás cuando llegaría. ¿Cómo iba a pensar? ¿Iba a pensar positivamente, optimisticamente? No. Los días de lluvia eran una mierda. Los días de la facultad aburridos y soporíferos. La gente era una mierda. Los clientes unos hinchapelotas. Los supervisores una manga de pelotudos y algunos compañeros insoportables. ¿Cómo podía alguien pretender que yo viera el lado optimista de la vida?

Si bien yo discutí mil veces conmigo mismo sobre que sólo trabajaba cuatro horas mientras otros debían trabajar mucho más y en peores condiciones, para mí en aquel momento ese era el trabajo más insalubre del mundo. Hubiera preferido que me dieran un trabajo de limpiar mierda por mucha menos plata que seguir ahí. Y encima a Silvina la habían echado y me sentía solo y desorientado.

Pero bueno, me había hecho amigo de otros compañeros de trabajo también: Natalia, Antonella, Andrea, Paula, el Pollo, Julieta, Hernán, Darío. Cuando se podía, tomábamos mate con edulcorante en el trabajo. Decíamos delirios todo el tiempo, pero nos divertíamos mucho. La verdad que verlos todos los días formando un gran grupo me gustó mucho y era el único motivo positivo que encontraba al ir a trabajar. No fue la relación que tuve con Silvina, pero me llevé bien con ellos. Era como el grupito que teníamos en el colegio. Es más, salíamos juntos de vez en cuando a cenar después de trabajar e incluso fui varías veces aún después de haber renunciado. Era un lindo grupo ese que se había armado.

Mientras laburaba ahí, un día me gané un par de entradas para ir a ver una obra basada en cuentos del gran canaya Roberto Fontanarrosa. No sé aún por qué, pero como no tenía a nadie a quien invitar se me dio por llamar a mi ex novia. Habíamos empezado a hablar de nuevo, hace un tiempo y como un día nos habíamos visto por casualidad la invité a tomar un café. No era como cuando éramos novios y nunca había plata para nada y había que andar estirando el presupuesto. Esta vez invité yo y pagué todo yo. Hablamos bien, no como amigos, no como novios, sino como ex pareja. Es un tipo de relación rara, que se puede llevar bien o mal, pero nunca es “como amigos”. Imposible que sea así. Ya no la quería como antes, eso era cierto, pero de todas formas me era agradable estar con ella. Entonces, la invité a ir a esa obra y ella como dudando terminó aceptando. Yo sabía que en ese entonces, o me pareció, que ella andaba con alguien pero no se lo pregunté. Tampoco era que me interesara demasiado. Hasta creo que unos instantes antes de encontrarnos comencé a arrepentirme.

Miramos la obra y después terminamos comiendo en un McDonald's, como la primera vez que nos vimos. Aunque a diferencia de aquél entonces, ella sí comió y yo no era una bestia muerta de hambre que se devoró una hamburguesa cual animal cuadrúpedo.

Después caminamos hasta Parque Rivadavia, aquel lugar donde también nos habíamos visto por primera vez y nos sentamos en el pasto a hablar. Hablamos un poco de nosotros, pero poco, más hablamos de otras personas que conocíamos y que eran parte de nuestras vidas, que ahora iban en solitario. Sabía que un poquito la quería, pero ya no la necesitaba como antes. Ella tampoco a mí y tampoco me quería como antes. Estuvimos, sin embargo hasta muy tarde por las calles como cuando estábamos juntos. Y como aquellos entonces, la acompañé hasta la casa, la saludé, me tomé un colectivo hasta Constitución y nunca más la volví a ver frente a frente hasta ahora. Si bien ese vacío había aparecido cuando habíamos roto la relación, en mi corazón sentí un pequeño vacío que quedó cuando di la media vuelta en el umbral de su puerta. No porque la extrañaba, si no porque me era extraño como son los giros de la vida, como la gente entra y sale de tu vida, así como así, dejando nubes grises y una fina garúa que no te moja por completo, pero te molesta. Ahí fue cuando otra vez sentí precipitaciones en mí corazón.

(Última parte aquí)

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Historias Asesinas para Matar el Tiempo by Félix Alejandro Lencinas is licensed under a Creative Commons Atribución-No Comercial 2.5 Argentina License.